top of page

Dominación y emancipación

La alternativa descolonial no es tan solo un ramillete de medidas políticas. Debe constituir todo un sistema nuevo de organización de la sociedad, apoyado en nuevas raíces conceptuales. Una nueva concepción de lo que significa ocupar el poder del Estado como transferencia democrática de poder a la comunidad, las instituciones de la economía social y el financiamiento autónomo y genuino.

 

 

Por Carlos Raimundi*

(Para La Tecl@ Eñe)

 

         La denominada relación centro-periferia es un modo de organización de la sociedad a nivel mundial.

Un planeta en el que un solo país, con menos del 4 % de la población mundial, consume casi el 30 % de la energía que se produce; un planeta en el que el presupuesto de defensa de ese mismo país es superior a la suma de los presupuestos de defensa de los restantes estados reconocidos por la ONU; un planeta en el que el 0,1 % de la población mundial concentra el 82 % del total de operaciones financieras, es un planeta donde existe claramente un centro de poder y una vasta periferia.

 

La periferia es el subdesarrollo, la pobreza. De los 7.000 millones de personas que habitan el mundo, más de 4.000 millones viven por debajo de la línea de pobreza. Un mil doscientos millones de personas padecen hambre en un mundo con un potencial para alimentar a tres veces su población. Sin embargo, es tal nuestro grado de colonización cultural, que hablamos de crisis internacional a partir de la caída de una inversora como Lehman Brothers, y no cuando hay un Ser Humano con hambre. Pocas palabras cambian tanto su sentido entre su etimología y la realidad como la palabra ‘globalización’, que remite a totalidad, cuando en verdad se posa en un mundo fragmentado, y priva a la inmensa mayoría de sus habitantes, de los adelantos tecnológicos que la definen como tal.

 

El mundo se encuentra, pues, bajo un claro sistema de dominación. Se trata de un sistema que no se expresa sólo en el desequilibrio de poder entre un país y los restantes, sino entre un grupo de personas de extrema riqueza frente a la extrema pobreza de millones de Seres Humanos. Y entre un puñado de empresas, bancos y conglomerados económicos capaces de mover inmensas palancas de poder frente a la sencillez del estilo de vida de millones de hombres y mujeres de a pie.

 

El actual sistema de acumulación capitalista desenfrenado, basado en el estímulo al consumismo, al acopio individual de mercancías por sobre cualquier otro criterio y la cultura del desperdicio, está haciendo notar su injusticia en sectores que tradicionalmente formaban parte del centro, y no de la periferia. No es otra cosa que eso la crisis europea. El sistema tiende a auto-replicarse de manera exponencial, con un centro cada vez más reducido, exclusivo, y lejano de una periferia cada vez más expandida y condenada.

 

El planeta posee capital y tecnología acordes para proveer de sus necesidades básicas al conjunto de su población. El hambre y la pobreza no son, pues, consecuencia de la insuficiencia de recursos, sino de la pésima distribución de los mismos. Y eso es materia y responsabilidad de la política. Al tener en sus manos esta posibilidad, y no utilizarla, el hambre y la pobreza se convierten, lisa y llanamente, en un crimen perpetrado por quienes administran el poder mundial. Un verdadero genocidio, sólo que sustanciado con armas no convencionales.

 

Toda política puntual tendiente a paliar o resolver angustias y necesidades humanas y sociales debe ser bien recibida. Pero, por ser la relación centro-periferia un verdadero sistema de dominación, resulta imposible contrarrestarlo desde un puñado de políticas, sino que necesitamos construir un modo diferente de organización de nuestras sociedades, un sistema guiado por valores de emancipación alternativo al sistema de dominación.

 

En definitiva, la relación centro-periferia, esa esencia de desigualdad y distancia colosal entre los poderosos y los débiles, no reside únicamente a nivel de los más ricos de la Tierra o de la relación entre los Estados, sino que se reproduce al interior de los mismos, entre ciudades poderosas y pueblos marginales, en el interior mismo de las ciudades, y entre personas que, por razones de poder económico, calidad de la educación recibida o acceso a la información, logran situarse en una posición de dominio sobre otros Seres Humanos. No me refiero a diferencias atribuibles a las capacidades personales, sino al ensanche de la brecha social abierta por sucesivas malas administraciones políticas. 

 

América Latina, o al menos los gobiernos populares de la mayoría de sus países, está cumpliendo un rol muy importante de ruptura con este modelo de relación. Cuando los Presidentes latinoamericanos se plantaron frente al ALCA en la cumbre hemisférica de Mar del Plata, en 2005, dieron un paso trascendental en el quiebre de esa relación ancestral e intrínsecamente injusta entre el centro y la periferia. Cuando un país como el nuestro tomó la decisión soberana de apartar a los gurúes de las finanzas internacionales del monitoreo permanente que hacían de nuestra economía semana tras semana, desde la oficina que estaban habituados a ocupar en la propia casa de gobierno y sus dependencias en los distintos ministerios, dio también un paso trascendental en ese sentido. Y sumó, con el mismo objetivo, la recuperación de los fondos previsionales, la reforma del Banco Central, la regulación del Mercado de Valores, la resistencia a la presión externa de los fondos buitre e interna de los devaluadores.

 

   Pero, como la relación centro-periferia se repite en las relaciones interpersonales, su transición hacia un modelo de sociedad de iguales también se dirime en el campo de los derechos. Y es en ese plano donde adquieren una importancia vital medidas como el matrimonio igualitario y la identidad de género, los derechos laborales, sindicales y jubilatorios de las llamadas amas de casa, de las y los trabajadores rurales y de las y los trabajadores de casas particulares, la simplificación de los trámites para obtener el documento, el plan Fines, el programa Patria Grande para nuestras hermanas y hermanos de la región, el programa “Conectar Igualdad”, la ley de fertilización asistida y tantos otros. Y también la visibilización de ese sujeto tan importante e históricamente marginado que son los pueblos originarios, que vienen a cotejar con nuestras creencias occidentales y colonizadas su concepción de la naturaleza, del trabajo, en fin; que vienen a legitimar su cultura milenaria. 

En el plano regional, en el que necesariamente hay que analizar este proceso, el gobierno del Estado Plurinacional de Bolivia que encabezan el Presidente Evo Morales y el Vicepresidente Álvaro García Linera, se pone al frente del llamado “Giro descolonial”, que intenta desprenderse de las categorías de pensamiento que naturalizaron la colonialidad del poder (político y económico), del saber (epistémico, filosófico, lingüístico y científico) y del ser (subjetividad, sexualidad, roles de género, hasta el propio porte y talla personales), y marchar hacia un paradigma diverso de la visión eurocéntrica del mundo que interrumpió todas nuestras historias locales. No en vano, en 1775, cuando se creaba el virreinato del Río de la Plata y se gestaba el pensamiento emancipador de esta zona del continente, Emmanuel Kant señalaba que “el pueblo de los americanos no es susceptible de ninguna forma de civilización. No se preocupan de nada y son perezosos… incapaces de gobernarse, están condenados a la extinción. Los aborígenes americanos son una raza débil en proceso de desaparición. Sus rudimentarias civilizaciones tenían que desaparecer necesariamente a la llegada de la incomparable civilización europea. Su cultura era de calidad inferior, siguieron siendo salvajes… A los europeos les tocará hacer florecer una nueva civilización en las tierras conquistadas”. 

En términos de ruptura con esa dominación histórica, la nueva Constitución boliviana no sólo plantea la reforma agraria y el cambio en la ecuación de la renta de los hidrocarburos en favor del Estado y del pueblo, sino que también reconoce modalidades de ‘poder popular’ y de propiedad, diversos de la propiedad privada liberal, instituye la ‘educación descolonizadora’ y la ‘sencillez administrativa’, e incluso reconoce la existencia de un sistema de justicia propio de las comunidades indígenas en coexistencia con el clásico sistema estatal. En términos similares se pronuncian la Constitución de Ecuador y el proyecto de Constitución de Venezuela.

La consolidación de estas políticas y su transformación en nuevos paradigmas de nuestra organización social debe ser la alternativa al sistema de dominación que se expresa a través de la histórica relación centro-periferia. Y debe serlo también desde un sistema. Desde un sistema de emancipación que configure una comunidad de iguales y redefina la propia idea de felicidad desde una nueva forma de convivencia no basada en el desenfreno por el lucro. Y ello necesita fuentes de financiamiento. Es por eso que América del Sur, que protagoniza un tiempo histórico sin precedentes en cuanto a sus procesos de inclusión social y autonomía financiera, no debe demorar la concreción del Banco del Sur, de su moneda común de intercambio (que no se compara con el euro) y la repatriación de sus reservas internacionales para conformar un fondo capaz de solventar cambios profundos en nuestras matrices productivas. En este sentido, resulta indispensable un más intenso compromiso de Brasil. Y en el plano interno de nuestras sociedades, se requiere poner en marcha las instituciones de la economía social, basadas en la idea del precio justo y el comercio responsable. Y a partir de ellas, las formas de desarrollo local, el presupuesto participativo, las fábricas recuperadas, la agricultura familiar, el microcrédito.

 

A partir de comienzos del milenio, la ocupación del Estado por un nuevo perfil de gobernantes implica un cambio en el significado mismo del poder estatal. De la clásica idea de poder estatal como dominación y disciplinamiento, se pasa a la idea de transferencia de poder a la comunidad, de empoderamiento social, como forma de dotar a cada persona de los instrumentos fundamentales para construir su proyecto autónomo de vida y desplegar sus deseos, siempre desde la idea de su pertenencia a un colectivo social.

 

El centro pretendió encarnar históricamente una suerte de gobierno de las almas, un aplanamiento cultural que centró la idea de felicidad en el consumo y la hegemonía del capital, castigando toda alternativa a través de su salvajismo justiciero. Equiparar sus niveles de desarrollo con los de los grandes centros de poder no debe ser el desafío de la periferia, por otra parte irrealizable. Sería, más bien, la ilusión detrás de la cual seguiría  atrapada en el sistema. Si un poblado pobre de África o de América Latina sólo procurara alcanzar el confort de Vancouver o de Copenhague, harían falta cinco planetas Tierra para obtener la energía necesaria. Lo que se impone, por lo tanto, no es el frenesí por ascender a los niveles del centro, sino proponer a la Humanidad un nuevo paradigma civilizatorio, basado más en la felicidad que en la riqueza. No se trata de poner un techo al desarrollo, sino de otro modelo de desarrollo. Aunque admito que es a futuro y sale de los moldes de la cultura dominante, lo que se propone no es una cuestión lírica, sino práctica. Seguir atados a la presente lógica del capitalismo excluye cada vez a más personas; a tal punto avanza la polarización social a que lleva el modelo vigente, que ya no conforma ni siquiera a los europeos -que supieron gozar del Estado de Bienestar edificado sobre la pobreza del Sur- y sume en la pobreza al 12 % de los estadounidenses.

 

La alternativa emancipatoria, descolonial, no es, pues, tan solo un ramillete de medidas políticas. Debe constituir todo un sistema nuevo de organización de la sociedad, apoyado en nuevas raíces conceptuales. Grandes líneas de alta política regional, un campo de ampliación de derechos y un nuevo tipo de relaciones interpersonales, una nueva concepción de lo que significa ocupar el poder del Estado como transferencia democrática de poder a la comunidad, las instituciones de la economía social y el financiamiento autónomo y genuino para sostener lo anterior. En definitiva, un nuevo sistema de emancipación, frente a la dominación, también sistémica, que nos ha sometido durante siglos, y continúa sometiendo a áreas cada vez más extendidas del planeta.

 

 

 

* Diputado Nacional del Frente Nuevo Encuentro. Abogado

  • Wix Facebook page
  • YouTube Classic
  • Wix Twitter page
  • Wix Google+ page

A todos aquellos que deseen reproducir las notas de La Tecl@ Eñe: No nos oponemos, creemos en la comunicación horizontal; sólo pedimos que citen la fuente. Gracias y saludos. 

Conrado Yasenza - Editor/Director La Tecl@ Eñe

bottom of page