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A todos aquellos que deseen reproducir las notas de La Tecl@ Eñe: No nos oponemos, creemos en la comunicación horizontal; sólo pedimos que citen la fuente. Gracias y saludos. 

Conrado Yasenza - Editor/Director La Tecl@ Eñe

Una perspectiva infantil sobre los medios

La diversidad mediática es más importante que antes de Internet. Porque la pluralidad y la movilidad contemporáneas de la cultura se perciben prioritariamente en las pantallas digitales, pero a partir del  procesamiento de construcciones e instancias de la producción contemporánea de sentido en las que los medios siguen ocupando un lugar prevalente.

 

 

 

Por Oscar Steimberg*

(para La Tecl@ Eñe)

Por ejemplo, la mía. Ahora que los Jueces Supremos han decidido seguir extendiendo el tiempo de la reflexión para fallar acerca de la Ley de Medios, a uno puede ocurrirle imitarlos, aunque, naturalmente, con menos rigor, o con más derivas de memoria. En una de esas derivas, por ejemplo, uno puede advertir que son muchos los recuerdos que le quedan de momentos como alguno, todavía en tiempos de la primaria, en que descubríó algo en  los pedazos de diarios y revistas que cubrían el piso de tabla machimbrada de la casa chorizo (¿porque había llovido, porque había goteras?). Lo que había descubierto entonces era que esos  papeles tirados al piso eran increíblemente reconocibles:  reconocibles como pertenecientes a grupos diferentes entre sí, uno por uno, en todos los casos y a la primera mirada; aunque se tratara de papeles rotos, manchados y sin títulos a la vista. Sin el nombre del diario o la revista, sin ninguna palabra que de entrada los identificara, cada uno se mostraba como parte indudable de un grupo y sólo de él. De él y de ningún otro.

 

En mi casa llegó a haber tíos, tías, primos y primas además de mi madre, mi hermana y yo; podían llegar -a veces circular- dos o tres diarios  (y cada uno traía algún suplemento, no los plurales de ahora pero alguno), y alguna revista para chicos, y otras para señoras,  y algún diario político. Y ahí estaban los restos, y la cuestión era que yo acababa de descubrir que podía identificar cada resto sin leer, y sin ver nombres ni títulos. Como cuando identificaba la emisora de radio que habían sintonizado, en el mismo momento en que se empezaba a oír una voz. Sabía como muchos otros, digamos que a mediados de la primaria, que los diarios traían noticias y también opiniones: duras opiniones políticas. Y que también, en los diarios y las revistas, había historietas, cuentos, fotos… y uno esperaba cada día o cada semana algo, o mucho, de todo eso. Como lo esperaba también de las diferentes radios (tampoco había coincidencia en eso, como no la habría después con los programas  de televisión, y las razones de cada elección, con sus correspondientes expectativas, eran también plurales y no se agotaban en coincidencias de opinión o adjudicaciones de verdad a la información). Pero lo que terminaba de descubrir era que también a los diarios, los suplementos y las revistas me unía algo más que lo que podía leerse y contarse: había unas formas, unos tamaños, unos colores de letra que me acompañaban en la vida y que eran reconocibles en todo y en parte, como la cara o la voz de un familiar.

 

Creo que en ese momento terminé de decidir que de grande no iba a ser bombero ni vigilante; no podía definir bien la nueva opción de trabajo, pero sí el momento central de su práctica: cuando alguien tuviera algún pedazo de diario o de revista en su casa (ahora agregaría: o en su memoria) y quisiera saber de dónde venía, podría consultarme. Se iría con la información.

 

Ahora entiendo que en esos restos que cubrían el piso puedo  haber llegado a identificar una familia tipográfica, en un cuerpo menor o mayor, con un determinado ancho de columna, o un tipo de recuadro o de bajada o de epígrafe, o un grado de diversidad interna en barras y blancos o en el diseño de página (referido desde el fragmento) o en la asociación entre imagen y texto, o en la irrupción de un contraste de color. Tanto las tías como los tíos diferían en matices (a veces algo más que eso) en su pertenencia política, y a veces no suscribían del mismo modo la definición, por ejemplo, de las diferencias entre  prensa amarilla y prensa seria. Y eso aportaba a la diversidad del material periodístico que llegaba a la casa. Pero todo eso ocurría, podría suponerse, en el nivel de la palabra. Y ahí el misterio y la sorpresa, al descubrir que las señales identificatorias eran inconfundibles aun cuando no consistían en palabras.

 

Si la idea de ese desempeño laboral -¿identificador de residuos impresos?- se me hubiera ocurrido en versión adulta habría pensado que podía ser un investigador, asesor, etc. para gente que necesitara información sobre las propiedades diferenciales (después supe que ese rol, con distintos nombres, existía desde hacía tiempo) de un fragmento de comunicación, empezando por las propiedades de su conformación visual.

 

Pero la cosa seguía oscura; tenía que haber algo más. ¿Para qué esas diferencias? No parecían servir para la información, ni para la pelea, y para entender el texto eran prescindibles. Dicho en adulto: en la comunicación impresa se puede decir lo mismo con distintas fuentes tipográficas y diferentes recuadros o diseños de página o de bajada o de relación imagen – texto…  ¿Para qué esas diferencias? Porque el registro de diferencias morfológicas o estilísticas siempre estuvo ahí, con memorias y tradiciones como las del folklore. Y son memorias plasmadas en estilos y en sus modos de construcción del pertenecer.

 

Fuera de las experiencias programadas en los planes de estudio o de momentos puntuales de transmisión paterna o materna, en la niñez se reciben los textos mediáticos de manera no jerárquica: el componente informativo u opinante no vale más que los rasgos formales o las representaciones o los juegos visuales. Puede decirse que, puesta esa apertura de la recepción en fase con la que se organiza a partir de las categorías conceptuales de la edad adulta, en la infancia se pueden percibir los mensajes desde una curiosidad incomparablemente más amplia, con momentos de despliegue sin direccionamientos ni jerarquizaciones.   

 

Pero la diferencia entre chicos y grandes será siempre menor que lo que puede decirse de ella. En la sesión psicoanalítica pueden irrumpir los testimonios de esa amplitud, de esa percepción de límites inabarcables en cualquier edad de la vida. Después de la infancia la posibilidad de esa percepción sin jerarquías sigue activándose, y puede manifestarse en cualquier momento y espacio. Por ejemplo, en la resistencia a aceptar la posibilidad de que la información más simple, la que sirve a la mañana para elegir la ropa del día o desplazarse por la ciudad, pueda  leerse indistintamente en cualquier diario u oírse en una radio o en otra o en cualquier canal de televisión. Se dirá que ese diario no tiene secciones discernibles, que en ese programa de radio no manejan el tiempo de emisión,  que en esa televisión de la mañana improvisan hasta la náusea. Los modos de la comunicación se perciben tan fuertemente como las opiniones o las denuncias o los editoriales.  Y entonces es ocasión de decir también lo obvio: que  hay tribus –siempre las hubo-, a la manera de los agrupamientos juveniles resocializados por el rock, también fuera de él, y en cualquier edad. Y aunque los unidos por perspectivas o gusto no lo digan, y aun si no lo saben, crece su número y su diversidad cultural e institucional. La diversidad mediática es más importante que antes de Internet.

 

Porque la pluralidad y la movilidad contemporáneas de la cultura se perciben prioritariamente en las pantallas digitales, pero a partir del  procesamiento de construcciones e instancias de la producción contemporánea de sentido en las que los medios siguen ocupando un lugar prevalente. Los medios siguen siendo referencia, entre otras razones, porque el recorrido de similitudes y diferencias en la comunicación busca objetos a los que aplicar procedimientos de búsqueda y de juego que requieren niveles de posibilidad y complejidad elevados, novedosos y cambiantes. Desde distintas perspectivas y con distintas variantes estilísticas. Y con recursos que sólo parcialmente nacen en la red.

 

Tal vez haya que decirlo así: en este contexto, la pluralidad de las fuentes de producción audiovisual  es inevitablemente enriquecedora, porque la apertura a la diversidad estilística posibilita el procesamiento constante de la novedad y la sorpresa, más allá del programa o los propósitos de cada operador, o usuario, o navegador. Niño o adulto. Y el crecimiento de los espacios de producción audiovisual democratiza no solamente el acceso a la información, sino también las posibilidades de descubrimiento, de entrenamiento y de juego que hacen ese acceso más poderoso.

 

*Semiólogo y escritor

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