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Tiempos de indignarse

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A todos aquellos que deseen reproducir las notas de La Tecl@ Eñe: No nos oponemos, creemos en la comunicación horizontal; sólo pedimos que citen la fuente. Gracias y saludos. 

Conrado Yasenza - Editor/Director La Tecl@ Eñe

La indignación es una constante en estos tiempos. A diferencia de otros sentimientos de crítica, como la bronca o el desprecio, la indignación se experimenta desde la superioridad, desde creerse mejores que los objetos de nuestra indignación, que por el mismo hecho de ser peores que nosotros terminan por agraviarnos.

 

 

 

Por Marcos Mayer*

(para La Tecl@ Eñe)

La indignación es una constante en estos tiempos. A diferencia de otros sentimientos de crítica, como la bronca o el desprecio, la indignación se experimenta desde la superioridad, desde creerse mejores que los objetos de nuestra indignación, que por el mismo hecho de ser peores que nosotros terminan por agraviarnos. Se indigna aquel que se siente agraviado en su dignidad, lo que da derecho a cualquier reacción. Por eso pueden escucharse, de manera cada vez más extendida y menos sujeta a autocensura, cosas que no deberían decirse. Nada justifica que se trate a una presidenta (diría a ninguna persona) de yegua o de “konchuda”. Se insulta de manera pública, en pancartas, en las redes sociales, en los foros que abren los medios para la opinión de los lectores. Sin dudas, hay una impunidad favorecida por el anonimato. Pero no parece ser el principal motivo de este despliegue de agravios. Quienes los emiten están convencidos no sólo de su derecho a ponerlos en circulación sino de que es el objeto de agresión el que ha hecho todo lo posible para que la indignación asuma esa vestimenta. No hay otra que insultar,

 

“Ella fue la primera en faltarnos el respeto”, es una respuesta habitual entre aquellos a quienes se les cuestionan estos exabruptos. Una de las consecuencias de esta indignación es la afirmación no sólo en las propias convicciones sino en la posición que se ocupa en el mundo en tanto personas. Frente a una medida gubernamental o un acto de la oposición no queda otra que asumir una posición y perpetuarse en ella. Porque la indignación nos convence de que somos mejores. Un tango cuya supervivencia es tanto una perplejidad como un síntoma, como lo es Cambalache de Enrique Santos Discépolo, lo resume como pocos: “Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador... ¡Todo es igual! ¡Nada es mejor! Lo mismo un burro que un gran profesor. No hay aplazaos ni escalafón, los ignorantes nos han igualao.”, dice en un mensaje indignado que circula mejor y menos envarado en otro tango, esta vez de Enrique Cadímaco: “Al mundo le falta un tornillo”. La indignación ve el escándalo en todas partes y piensa que siempre estamos en ese estado insoportable que se llama “colmo”. Siempre las gotas están por rebalsar el vaso. ¿Cómo no indignarse si aparte esa reacción acarrea la posibilidad de sentirse inmune a esas degradaciones que nos sublevan? El escándalo está afuera, le pertenece a los otros que lo exhiben ante nuestra mirada indignada. Ese escándalo se aumenta por el desparpajo con que se hacen las cosas. El mal mayor de estos tiempos no es la hipocresía sino el cinismo. Con quien los autoproclamados probos comparten ese ver el mundo desde afuera, los cínicos para aprovecharse de él, los buenos para sufrir ese mundo que dañan los cínicos.

 

La crispación genera acciones, aunque no siempre bien conducidas. La indignación paraliza y congela el tiempo. Es un  sentimiento circular que espera que los demás cambien para irse desvaneciendo. El cambio no llega, Cristina persiste en ser Cristina, Magnetto es siempre idéntico a Magnetto. ¿Entonces, qué hacer? En la indignación aparece un importante espacio para el regodeo. 6-7-8 muestra una y otra vez las agachadas y miserias de la corpo, su capacidad para la mentira sistemática. El programa de Lanata insiste en presentar al gobierno como un deliberado paraguas protector que encubre una indefinida retahíla de corrupciones que contamina desde la figura presidencial hasta el militante de tercera línea. Cada uno es el escorpión del otro, esos pecados están en su naturaleza.

 

 

*Periodista

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