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A todos aquellos que deseen reproducir las notas de La Tecl@ Eñe: No nos oponemos, creemos en la comunicación horizontal; sólo pedimos que citen la fuente. Gracias y saludos. 

Conrado Yasenza - Editor/Director La Tecl@ Eñe

Ernesto Cardenal, un poeta entre Dios y la Revolución

El siguiente texto escrito por Jorge Boccanera fue leído en la presentación del poeta nicaragüense Ernesto Cardenal en El Ministerio de Educación, el 25 de setiembre de 2013. Su autor lo ofrece en exclusiva para los lectores de La Tecl@ Eñe.

 

Por Jorge Boccanera*

(Para La Tecl@ Eñe)


 

 

Ernesto Cardenal conjuga en su larga y rica trayectoria, la experiencia mística, las búsquedas estéticas y una posición indoblegable a favor de una sociedad más equitativa. Su producción poética es, desde hace  muchas décadas, una de las más originales e iluminadoras en lengua española; una voz amasada entre la   

contemplación y la acción que traza el relato de una experiencia personal y colectiva enraizada en la historia de los pueblos americanos. Sus libros -Hora Cero, Epigramas, Gethsemani Ky, Salmos, Oración por Marilyn Monroe, El estrecho dudoso, Homenaje a los indios americanos y Cántico cósmico- figuran ya entre los clásicos de la literatura latinoamericana.

 

Es sabido que Nicaragua es una cantera de la poesía en lengua española, con una estirpe que tiene en Rubén Darío una de sus cumbres, y se reafirma en los nombres de Salomón de la Selva, Azarías Pallais, Alfonso Cortés, José Coronel Urtecho, Carlos Martínez Rivas y Ernesto Cardenal, entre muchos otros.

 

Cada uno con un estilo personal en el desmenuzamiento de obsesiones entretejidas a un tapiz, cuyo dibujo central es siempre una indagación a fondo sobre la existencia. En Cardenal, esos hilos temáticos -Dios, la revolución y la naturaleza- se refunden en uno: el amor. No es casual que haya denominado Vida perdida al primer tomo de su autobiografía, título que resume en la paradoja de perder la vida para encontrarla, una forma profunda de la entrega. Persistencia que se traduce en darse, consagrarse en un diálogo del alma y la sangre que abarca, en un solo haz, al hacer poético, a la fe religiosa y el compromiso político.

 

Un poeta que es, además, símbolo de integridad y firmeza: el hombre que ingresa en el Monasterio de Gethsemani, es el mismo que padece exilio; el que realiza estudios sacerdotales en Colombia, el perseguido que firma sus epigramas políticos como “Anónimo nicaragüense”, obligado a ocultar su identidad debido a la sangrienta tiranía de los Somoza.

El sacerdote que en 1966 funda la comunidad de Solentiname y en el ‘79 con el sandinismo en el poder ocupa el ministerio de Cultura; es el mismo que frente a un presente de depredación reclama leyes para proteger la diversidad de las lenguas porque, afirma: “cuando se pierde una lengua se pierde una visión del mundo”; esa voz crítica contra los abusos y corruptelas del poder, es la misma que martilla con una consigna que es urgencia y demanda: “lo importante –nos dice el poeta- es cambiar el mundo, porque es posible y necesario”.

 

Su anhelo de solidaridad alimentado desde la fe religiosa y la convicción política, lo lleva a sostener con Camilo Torres que la revolución es la caridad eficaz, la puesta en práctica del Evangelio” porque “la verdadera iglesia está con los pobres”.

 

Nuestro entrañable escritor, Pedro Orgambide, afirmó que “la solidaridad era el lujo de los pueblos”. En ese sentido Cardenal impulsa una idea de comunidad motorizada por acciones aglutinantes; una solidaridad basada en el diálogo y la reciprocidad; ese cúmulo de ideas, labores y creaciones compartidas. En la misma dirección Walt Whitman escribió: “si me pierdes en un sitio, búscame en otro/ En algún lugar te espero”; César Vallejo anota: “se debe todo, a todos”; y el autor de el Evangelio en Solentiname habla de la: “unidad orgánica de las almas” y de un universo en comunión.

 

Entre la épica y la meditación, en sus textos resuena una Centroamérica en la que se cruzan continuamente la inventiva popular y la contingencia social; y allí su historia trágica desde el filibustero William Walker –quien se proclamó presidente de Nicaragua, decretó el inglés como lengua oficial y reestableció la esclavitud- a una larga retahíla de dictadores sangrientos y enajenados. Pero el infortunio tiene su contracara en un extenso registro de luchas heroicas, de resistencia popular indoblegable por la libertad, la justicia, la dignidad. Banderas del general Benjamín Zeledón que retoma Augusto César Sandino, ese general de hombres libres que inició en 1927 su lucha contra la invasión de marines norteamericanos. Cardenal, nacido en un país ocupado, escucha de niño las voces de su casa comentando la rendición de los liberales con Moncada a la cabeza… De todos… menos uno: el general Sandino.

 

Contra esa Centroamérica oprimida alzaron desde siempre su voz los poetas: Darío se interroga: “¿Seremos entregados a los bárbaros fieros?...  ¿Callaremos ahora para llorar después?”, y le siguen  poetas del istmo que lucharon y ofrendaron sus vidas, como los nicaragüenses Rigoberto López Pérez y Leonel Rugama, el guatemalteco Roberto Obregón, el salvadoreño Roque Dalton.

 

En la poesía de Cardenal toman la palabra los marginados, los humildes; se llaman: Amanda Aguilar, Joaquín Artola, Angelina Díaz, Bernardino Ochoa; y los jóvenes de Solentiname: Juan, Laureano, Alejandro, Natalia.

Este gran poeta que ha marcado un camino en la escritura del siglo XX, fuera de previsibles y remanidas confituras poéticas, ha dado paso a una expresión viva; una orquestación de discursos que integra –en sus celebraciones y reclamos- una trama dialogante plena en locuciones populares que preservan el sabor del habla nicaragüense. Vibran además, en sus versos, el folklore, los mitos y leyendas de Nicaragua, con un lenguaje que va de la brevedad del epigrama al canto coral, del anecdotario a la homilía; todo en el torrente de una oralidad extendida que, con suma libertad, introduce pasajes bíblicos, consignas políticas, letras de canciones, onomatopeyas, términos indígenas, cifras, salmos, apuntes de viaje, datos de la historia, la botánica, la astronomía, la economía.

 

Pero también el paisaje de Nicaragua ocupa un lugar preponderante en su obra: el gran lago de Granada, los volcanes de nombre atronador –Momotombo, Mombacho- y un follaje del que cuelgan trinos y cascabeleos de los pájaros que llegan desde la garganta abovedada de la selva. Una naturaleza en estado de gracia, sobre la que el poeta escribe: “Tú has hecho toda la tierra un baile de bodas y todas las cosas son esposos y esposas”. Un paisaje de imágenes cotidianas no exentas de sensualidad, como cuando en uno de sus últimos poemas no registrado en libro, describe a una muchacha que lleva en su “palma anaranjada una almendra roja”: “la piel de sus piernas, escribe el poeta, parece sonreírnos”.

Estudiosa de esta poesía, su compatriota Luz Marina Acosta sostiene que “el amor es un elemento motor y configurador” de la obra de Cardenal”, quien a su vez, señala: “El amor es saber que uno ya no es uno sino dos, y que uno es incompleto sin la persona amada”. Ese amor arranca en su primer libro Carmen y otros poemas (fue hallado y editado recién en el 2000), se empina en   Epigramas, y atraviesa dos de sus libros últimos con aliento místico, Cántico cósmico y El telescopio en la noche oscura.

 

La poesía de este maestro espiritual -como lo llamó Thomas Merton- constituye un registro de la identidad americana donde se percibe el rumor de las culturas precolombinas, el esplendor de las ciudades indígenas que no tenían murallas ni cuarteles ni usura. En la celebración de esta obra siempre estará la vida recomenzando una y otra vez, ya que, escribe el poeta: “la momia aún aprieta en su mano seca su saquito de granos”.  

Saludamos a este poeta mayor de las letras americanas, de la esperanza, a quien veremos siempre de pie, como él dice ver aun a Sandino: en la montaña negra, junto a la hoguera roja, calentando sus sueños.

 

*Poeta y Periodista.

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