La Tecl@ Eñe Revista Digital de Cultura y Política
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Editor/Director: Conrado Yasenza
Carta en respuesta a Emilio de Ípola
De “progresistas”, sapos y dinosaurios
Luego de la nota escrita por Horacio González en respuesta al artículo publicado por Emilio de Ípola en Perfil, "Triste Argentina", el profesor de la Universidad Nacional de de Buenos Aires, Norberto Alayón, nos envió esta carta dirigida a de Ípola que a continuación publicamos
Por Norberto Alayón*
(para La Tecl@ Eñe)
Estimado Emilio:
Por intermedio de la Revista “La Tecla Eñe” y de la respuesta de Horacio González, he tomado contacto con tu nota “Triste Argentina” publicada en el diario “Perfil”. Debo comentarte que no leo asiduamente “Perfil”; mi sabio médico personal Nelson Castro me prohíbe hacerlo. Y acepto la prohibición del Castro “argentino”, porque leer “Perfil” requiere de muy buen estómago, excepto que uno se sienta contenido y/o coincidente con los propósitos de ese medio.
Aunque no somos puntualmente amigos, aunque sí compañeros de trabajo en la Facultad, me sentí en algún sentido interpelado por tu interrogación final y, en consecuencia, fraternalmente me permito hacer algún comentario.
En principio, quiero referirme al título de tu nota, aunque no sé si lo pusiste vos o es responsabilidad del diario. ¿Por qué decís “Triste Argentina”? Este no es un período “triste” de la Argentina. Este es un período de auge a pesar de las limitaciones (nacionales e internacionales) y, en ese sentido, es más esperanzador y precisamente por eso requiere ser apoyado, para afirmar lo logrado y tratar de avanzar en todo lo que falta. Este es un período complejo, contradictorio, de confrontación directa de propuestas, como no puede ser de otra manera en los procesos políticos y sociales.
¿Qué tiene de triste este momento de Argentina y del proceso iniciado en 2003? ¿Que podría ser mejor, mucho mejor?, ¡chocolate por la noticia! Triste fue la dictadura cívico-militar del 76 apoyada activamente por muchos de los opositores de hoy y por varios de los medios de comunicación que hoy siguen operando tan activamente en contra del gobierno, en representación objetiva de los intereses más conservadores y reaccionarios. Si “La Nación”, y “Clarín”, y la Sociedad Rural Argentina, y los Grondona de diversa índole e intensidad están posicionados férreamente en contra del gobierno actual, seguramente es por los aciertos del gobierno y no por sus debilidades. Y ello debería facilitarnos a los “progresistas” el saber identificar con elemental lucidez en qué vereda tenemos que situarnos. No es nuevo que la derecha y cierta izquierda, tanto en Argentina como en Latinoamérica, hayan actuado y actúen en contra de los gobiernos nacional-populares.
Triste fue el menemismo con la enajenación brutal de la soberanía y el patrimonio nacional y la terrible pérdida de los derechos sociales más elementales. Triste fue el “aburrido” De la Rúa, por su esterilidad y complicidad continuista. Pero ninguna de esas tristezas pueden ser leídas e interpretadas a partir de las eventuales características personales o psicológicas de los actores. Lo que vale es el impacto concreto de cada proyecto, independientemente de las particularidades y caracterología de sus gestores. Un Videla menos adusto, un Menem menos frívolo, un De la Rúa más alegre, ¿hubiera cambiado el sentido de sus proyectos políticos?
La Argentina de hoy -a pesar de las enormes dificultades- al igual que Bolivia, Ecuador, Venezuela, Brasil, Uruguay (aunque con matices importantes), está -y así debe sentirse- más cerca de la “alegría” que de la “tristeza” que pregona tu nota. ¿Cuándo tuvimos en Latinoamérica un momento de alza en la resistencia antiimperialista como el actual? ¿Cuándo tuvimos un proceso extendido a varios países de recuperación de los derechos más básicos de amplísimas capas de la población? Es el poder imperial mundial el que no está precisamente muy “alegre” con estos procesos (nacionales y populares, a pesar de sus contradicciones) que se registran en nuestros países.
Lo que le molesta a los sectores antipopulares (de adentro y de afuera del país) no es el tono, la enjundia, los calificativos que pueda utilizar la Presidenta. Estos sectores suelen ser más pragmáticos: lo que verdaderamente les preocupa son las medidas que se tomen en contra de sus intereses, pero aprovechan -colocándose en el papel de víctimas- las adjetivaciones de las cuales son objeto como si eso fuera lo principal. Son lúcidamente hipócritas. Hacen como el periodista/showman Jorge Lanata (muy visto y reconocido también por delicados intelectuales) que aparenta candidez y pudor, enarbolando al mismo tiempo un muy educado y edificante “fuckiu”.
No propongo obviar ni cercenar las críticas, pero hay que tener muy en claro que una cosa es criticar para avanzar y profundizar y otra -muy distinta- criticar para retroceder. ¿Quién puede creer que La Nación, Clarín, Perfil, la Sociedad Rural, Grondona, critican para avanzar? Muchos intelectuales de izquierda, bien intencionados, terminan de hecho colaborando con la prédica y finalmente con las acciones de los sectores más antipopulares. El ejemplo de la Unión Democrática de 1945, con la Alianza de los partidos Unión Cívica Radical, Socialista, Comunista y Demócrata Progresista, fue patético.
No es necesario ser demasiado perspicaz para entender que si el proyecto actual (aún con sus limitaciones) fracasara, el proyecto que lo sucederá estará más a la derecha y no más a la izquierda. ¿Qué fuerza política de hoy día puede superar la perspectiva del gobierno actual? Por ejemplo, ¿Binner, que dijo que hubiera votado al empresario pro-imperialista Capriles de haber sido venezolano? Binner, como tantos otros “bienpensantes”, hubiera estado en 1945 en la primera fila de la argamasa antipopular.
Existe, por cierto, una responsabilidad moral e intelectual, de la cual deberán hacerse cargo, en aquellos que contribuyen al debilitamiento de los proyectos populares, haciéndole el juego -aún impensadamente- a los sectores más reaccionarios de la sociedad.
Respecto a tu último párrafo sobre los “progresistas” y los “sapos”: ser “progresista” en abstracto resulta una categoría fantástica por lo presuntamente impoluta. Ser “progresista” en concreto implica tener los pies sobre la vida real que es un poco más desprolija que el limbo. Los socialistas, los comunistas, los marxistas generalmente tuvieron dificultades para comprender la progresividad histórica de los movimientos nacionales y populares en los países semi-coloniales como los nuestros. Para todo progresista cierto en Argentina, será saludable -aún con críticas- apoyar a este proceso.
En cuanto a los sapos: ¿en qué proceso político, en qué época, en qué país del mundo, no hubo o no hay que “tragar sapos”? Por ejemplo, durante el gobierno de Raúl Alfonsín, ¿qué tamaño de sapo tuvimos que tragar cuando promulgó las Leyes de Punto Final y de Obediencia Debida?
Estimado Emilio: estoy seguro, lamentablemente, que si llegara a avanzar y triunfar alguno de los otros proyectos principales que están en las gateras, ya no vas a tener que tragar sapos; vas a tener que tragar (y también yo) dinosaurios. Pero además me preocupa que los dinosaurios más grandes y putrefactos se los van a tener que tragar, no vos ni yo, sino los sectores sociales históricamente más castigados.
Te mando un saludo cordial,
Norberto Alayón
*Trabajador Social. Profesor Titular de la UBA
Buenos Aires, agosto 26 de 2013.