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A todos aquellos que deseen reproducir las notas de La Tecl@ Eñe: No nos oponemos, creemos en la comunicación horizontal; sólo pedimos que citen la fuente. Gracias y saludos. 

Conrado Yasenza - Editor/Director La Tecl@ Eñe

Sartre-Camus:

La razón-sinrazón. Un desencuentro que fue una tragedia.

 

La relación entre Sartre y Camus comenzó por su afinidad tanto intelectual como ideológica. El vínculo se agrietó hasta la infinita distancia por los mismos motivos.  La disputa Sartre-Camus hace que uno, como lector, se replantee el tema de las múltiples morales: ¿Hasta qué punto existe de veras un filtro cuando respondemos ante un partido político? ¿Acaso hay un puente que une la lógica colectiva con la ética colectiva? Como sea,  Camus murió demasiado temprano. Demasiado absurdo es este universo lleno de paradojas fatales.

 

 

Por Constanza Carrazco

(Para La Tecl@ Eñe)

La vida se extingue allí donde existe el empeño de borrar las diferencias.

Vasili Grossman

 

“Una frase de El extranjero es una isla. Y caemos de frase en frase, de nada en nada” Enamorado de la novela de Camus –publicada en 1942- Jean-Paul Sartre le dedicó un artículo de veinte páginas. Detallado, preciso, didáctico y luminoso. “El extranjero, una obra despegada de la vida, injustificada, injustificable, instantánea, estéril, abandonada ya por su autor, abandonada por otros presentes. Y es así como debemos entenderla: como una comunión brusca entre dos hombres, el autor y el lector, en el absurdo más allá de toda razón.” Encumbrándolo junto a Voltaire o Hemingway, Sartre encuentra en Albert Camus, seguramente, la primera oportunidad de alabanza sin límites. Reciprocidad en los reconocimientos, juegos de espejos cruzados; el argelino ya había elogiado El muro y La náusea, y algunas de sus frases podrían aplicarse incontestablemente a los personajes de sus propias novelas: “Un hombre -decía- analiza su presencia en el mundo, el hecho de mover los dedos y comer a las horas fijas, y lo que encuentra en el acto más elemental es su absurdidad fundamental.” El parentesco entre estos dos hombres no tiene nada de sorprendente. Análogo pensamiento, idéntica radicalidad pesimista, una negación equivalente de los valores místicos y/o sociales. Al igual que Pasolini, Camus fue un caso atípico dentro de la intelectualidad europea de posguerra. La coherencia y la fuerza de convicción lo llevaron prácticamente a la soledad y a la exclusión de determinados sectores. "Un hombre es siempre presa de sus verdades" dijo Camus a los treinta años. “Una vez que las reconoce no puede apartarse de ellas”, así concluye esta frase y con ella hace casi una profecía autocumplida de su propio destino.

Aquella primavera del ’43…

 

Sartre y Camus se conocieron en la presentación de Las moscas, -la primera obra teatral de Sartre- expuesta en París con el permiso de las autoridades alemanas en junio de 1943. Lo que ambos desconocían, es que aproximadamente al cabo de diez años sus vidas se separarían para siempre, por motivos irreconciliables, y por aquellas trampas de la vida, del tiempo y del destiempo y de la absurdidad de un pronto deceso.

Debido a la ocupación nationalsozialistische en Francia, Camus se encontraba retenido allí. El día del estreno, él mismo se acerca a Jean-Paul Sartre a saludarlo. El argelino para esa época ya era una figura pública. Sartre, seguiría colaborando en Les Cahiers du Sud, con artículos críticos semejantes al que fue dedicado a Camus, elaborando una verdadera panorámica de la vida literaria contemporánea, otorgando alabanzas, estructurando el campo como un verdadero regente de las letras.

 

Un escritor que resiste, un resistente que escribe

 

Hablad contra la opresión inconsciente/ hablad contra la tiranía de los que no tienen imaginación…

Ezra Pound

 

Sartre era reconocido tanto por su soberbio desempeño literario como por su activismo político. La relación entre ambos escritores comenzó por su afinidad tanto intelectual como ideológica. El vínculo se agrietó hasta la infinita distancia por los mismos motivos. Ambos habían comenzado a evolucionar por distintos caminos. Y ambos, poseían razones absolutamente lógicas, pero tan diferentes entre sí, que provocaron el desencadenamiento de una guerra helada en sus vidas. Sin retorno. Sin tiempo para la oportunidad.

 

Tanto Camus como Sartre eran militantes de izquierda, pero al finalizar la Segunda Guerra Mundial, las posibilidades de acción frente a un futuro que se presentaba abierto, los situó en veredas opuestas de lo que, en apariencia, resultaba lo mismo. Y a medida que cada uno empezó a apoyar su frente ideológico comenzó a incrementarse el enfrentamiento histórico.

 

Sartre, -si bien nunca se asoció al Partido- se había convertido al Comunismo, le insistía a Camus (quien militaba en el Partido Comunista desde sus días en Argel) que para revolucionar el orden de las sociedades humanas era obligatorio que ellos -como intelectuales- se ensuciaran las manos.

 

Para Camus, la moral estaba por encima de la política, y la ideología poco tenía que ver con los partidos políticos que tenían como emblema determinadas ideas. Posiblemente tenía razón, y sino, no modificaba mucho las cosas. Pretender una política moral sin objetivizar la amplitud de aspectos es casi una batalla oximorónica -por qué no- del alma. Camus tuvo agallas, pudo poner en palabras lo que la "mayoría silenciosa" en general calla: Esa fisura en la conciencia que permite que lo inconsciente aflore.Escribió en un tiempo en el cual criticar al partido comunista era juzgado técnicamente como jugar para la derecha, y lo cierto es que políticamente así resultaba. En contra de los comunistas, en contra de la izquierda y hasta en contra de sus propios amigos, denunció los campos de trabajo soviéticos y el cinismo de ciertas prácticas llamadas revolucionarias. Sinceramente no le importó. Llegó a decir: "Si finalmente la verdad estuviera a la derecha, allí estaría yo". La izquierda entera lo excomulgó. Separándose de la doctrina soviética, Camus le respondió a Sartre que él no quería ser "ni víctima ni verdugo" y condenó las intenciones de Sartre de obligar a los artistas a comprometerse a expresar sus ideologías políticas como algo -casi- esclavista.

 

Sartre -aún teniendo en cuenta el terrorismo de estado, la falta de libertades y la ausencia de garantías constitucionales- consideraba que moralmente el modelo social estalinista en el cual él creía fervientemente, era superior al capitalismo. Por su parte, Camus consideraba que estas prácticas y condiciones abortaban toda lógica progresista situando al socialismo en el mismo sistema tan condenable como el sistema capitalista explotador.

 

Esta disputa hace que uno, como lector, se replantee el tema de las múltiples morales, un tema que nos atañe a todos por igual transgeneracionalmente: ¿Hasta qué punto existe de veras un filtro cuando respondemos ante un partido político? ¿Nos enceguecemos o lo intelectualizamos?, ergo: actuamos genuinamente por propia convicción lo cual hace que podamos apartar el fanatismo y ver los matices. ¿Acaso hay un puente que une la lógica colectiva con la ética colectiva? ¿Existe realmente el concepto que afirma la ética colectiva como un hecho posible? Como sea. Camus murió demasiado joven, demasiado temprano. Demasiado absurdo es este universo lleno de paradojas fatales. Se murió a los cuarenta y seis años, cuando todavía se esperaba todo de él. Se murió sin tener tiempo, para reafirmar sus ideas, o para reparar sus actos, para seguir confrontando, para cometer errores, para hacer alianza. La muerte es la razón sin razón, y, sin duda, dejó una grieta en las conciencias coherentes. “Muchos mueren demasiado tarde y algunos prematuramente” dice Nietzsche y Sartre varía apenas la frase diciendo “se muere demasiado pronto o demasiado tarde”, estas palabras parecen escritas para él, para Camus. En un universo absurdo, la muerte no elegida, es una contingencia tan irrazonable como la vida.

La congruencia de la contradicción

 

Coherencia no supone identidad de ideas en dos momentos distintos, del mismo modo que incongruencia no supone contradicción. Que un ser humano se contradiga es absolutamente coherente, es propio de la naturaleza, es la gimnasia que tienta al cambio, a la evolución. Lévi-Strauss sostiene que el principio dualista es el principio con el cual se han podido reglamentar las condiciones de vida al servicio del ser.

La transgresión, la posibilidad de contravenir cualquier esquema, -incluso los propios- son prerrogativas humanas. La congruencia de Sartre es su fidelidad encarnizada a una contradicción que desde “El ser y la nada” estableció como fundamento de la existencia: la libertad. 

Sartre, tal vez, era un escéptico. Sentía desde las vísceras que cualquier optimismo a escala universal era un sueño, y, en ese sueño, entraba el socialismo que defendió hasta la muerte. Sentía que los sueños no podían fundar una antropología filosófica ni una ética comunista. Pero también supo que sólo el hombre que sueña puede darle un verdadero fundamento al hombre en sí.

Sartre estaba maravillado por la capacidad narrativa de Camus, por su intensidad, por verlo capaz de describir un amplia abanico de sentimientos en pocas palabras y de hacerse entender sin elaborar demasiado. Pero este talento pronto empezó a sonarle a superficialidad y a ataque personal después que leyó su segundo libro El mito de Sísifo.

"No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio", escribió Camus en El mito de Sísifo. "Juzgar si la vida vale o no vale la pena vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía". Criticando a "Sísifo", Sartre escribió que Camus en realidad no había entendido la escuela que él representaba. Llegó a decir que Camus presumía al citar fragmentos de Heidegger, Jaspers y Kierkegaard, a los que creía -pedantemente- que Camus no había llegado a comprender bien. En un giro asombroso llega a denigrar el valor de los estudios de Camus en Argel.

 

 

Réflexions sur la question juive

 

“Ni un solo francés será libre en tanto los judíos no gocen de la plenitud de sus derechos. Ni un solo francés estará seguro en tanto que un judío, en Francia y en el mundo entero, pueda temer por su vida.” Dos años después del final de la guerra, Francia aún permanecía entumecida bajo el peso de las persecuciones nazis, todavía no se podía ni se quería hablar. Fue Sartre quien tomó la iniciativa: Réflexions sur la question juive. “El antisemitismo eligió el odio porque el odio es una fe… El antisemita admite perfectamente que el judío es inteligente y trabajador. Muchos antisemitas -tal vez la mayoría- pertenecen a la pequeña burguesía de las ciudades, son funcionarios, empleados públicos, pequeños comerciantes que nada poseen. El antisemita rehúye la responsabilidad como rehúye su propia conciencia. Para el antisemita lo que hace el judío es la presencia en él de la “judería”…así es el antisemita. Destructor por función, sádico de corazón puro, el antisemita es, en lo más profundo de su ser, un criminal.”

 

Camus criticaba el activismo que clamaba Sartre. Fue Camus quien en verdad arriesgó el pellejo al participar en la Resistencia, mientras que Sartre dio el puñetazo magistral al publicar Réflexions sur la question juive… al final de la ocupación. Cuando Sartre se negó a condenar las purgas antisemitas en Checoslovaquia, Camus condenó el colonialismo francés, aunque sin ejecutar ninguna acción que produjera algún cambio. 

Una tensión eterna, inextinguible. Dos hombres sin tiempo

 

Camus a tiempo o a destiempo murió, a los cuarenta y seis años, cuando aún esperábamos todo de él. Despertó a las subjetividades ávidas al conocimiento, encarnó en sus valores sin importarle la excomulgación de una amplia gama de sectores. Camus era un sobreviviente, tanto de la miseria africana, como de la guerra y del suicidio. Vivió como escribió. Un resistente que escribía. Un escritor que resistía. Uno de los mejores hombres de Francia parido por Argelia.

 

Sartre, en cambio, murió muchas veces. Cuando fue un aliado al comunismo murió para la burguesía que veía en él un profeta de la negatividad y la angustia. Cuando escribió “El fantasma de Stalin” murió para los comunistas, y cuando polemizó con Camus, murió en una parte profunda de cada uno de nosotros. En 1980 murió, y se murió de verdad. Pero esa muerte realmente no lo mató. Sartre, al igual que Camus, vivirá eterno en la posteridad; citando una vez más a Nietzsche: “Lo que a mí me pertenece es el pasado mañana: ciertos hombres nacen póstumos”. Los intelectuales que dan un giro al pensamiento no mueren nunca, son atemporales, transgeneracionales, en el futuro se podrá leer tanto a Sartre como a Borges, como hoy día leemos a Homero. Le gustara o no, se perpetuará en la memoria de los otros.

 

Lo cierto es que, hoy por hoy, uno puede ponerse más de un lado que de otro, como si fuese un ring, puede analizar y desmenuzar las diferencias existencialistas e ideológicas; se puede tener empatía, preferencia, enojo, yo personalmente y sin hiperbolizar considero esta disputa como una tragedia, dos mentes tan similares como diferentes, dos visiones que apuntaban a algo en concreto parecido, dos apasionados que estaban medio en lo cierto y medio equivocados. Dos hombres maravillosos a los que la vida no les dio tiempo.

 

 

 

*Redactora

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