La Tecl@ Eñe Revista Digital de Cultura y Política
Ideas,cultura y otras historias.
Publicación fundada en el 2001
Editor/Director: Conrado Yasenza
La Batalla Cultural:
Cambiar todo, para que algo cambie
La Argentina està llena de quiebres, políticos, económicos, institucionales y culturales. Cada vez que uno de ellos ocurría, el precio lo pagaron siempre los mismos, y lo peor es que emanaban soluciones que nada cambiaban de fondo. Algo ha sucedido en esta última década que ha modificado el cuadro de situación. Quien no lo ve, es porque no quiere.
Por Hugo Biondi*
(Para La Tecl@ Eñe)
Cuando en diciembre de 2001 el país se derrumbaba, la clase dirigente lograba su mayor índice de descrédito, las Instituciones se hundían en un marco de ilegitimidad sin antecedentes históricos superior incluso a cada uno de los momentos previos a los sucesivos Golpes de Estado que hemos sufrido, o sea en el instante de peor crisis padecida, la sociedad empezó a buscar nuevos referentes, sujetos sociales y hasta nuevos paradigmas donde depositar su esperanza diluida.
Entonces surgieron dos sectores que habían mantenido su naturaleza durante la etapa en la que se cocinaba a fuego lento lo que entonces estaba ocurriendo: los Intelectuales y los Artistas. Los grandes cuestionadores del desfalco de los ’90, eran ahora los depositarios de nuestra expectativa.
Habían cuestionado porque supieron percibir las consecuencias, o quizás porque no sabían hacer otra cosa, porque así se forjaron y en ese rol creían. “Cuestionar el Poder, ese es nuestro lugar en el mundo”, se repetían con cierta convicción y mucho orgullo.
Es cierto que poco y nada habían podido modificar, que su influencia en el devenir histórico carecía de acción, que sus voces apenas si calmaban la indignación y ponían a salvo sus conciencias individuales. Es cierto. Pero vaya como reconocimiento que tampoco nunca antes (tomando como referencia el advenimiento de la Democracia del ’83 para no ingresar en períodos extensos que ameritan un abordaje mucho mas riguroso) estos dos actores se sintieron representados cabalmente, incluidos concretamente y contenidos en sus reclamos.
Un tímido intento del Alfonsinismo al inicio de gestión, no solo no sirve como excepción, sino que por el contrario afirma la regla.
Es que las clases dirigentes argentinas, políticas, religiosas, sindicales y empresariales, han despreciado siempre a nuestros Intelectuales y Artistas.
Y encima habían ganado la Batalla Cultural: La Sociedad Civil internalizó esa creencia.
En el mejor de los casos “la gente” – denominación de muestra de la Batalla referida- los admiraba, pero apartándolos de sus propios proyectos de vida.
Se trató entonces de un juego con ida y vuelta, de retroalimentación mutua, y en el medio de ellos se colocaron los verdaderos beneficiarios, los dueños de los medios de producción.
Karl Marx lo visualizó hace mas de 150 años, pero parecía que un simple Profesor de Economía Política graduado en Harvard, Francis Fukuyama, con su libro transformado en best-seller mundial en 1992 llamado “El fin de la historia, y el último hombre” se había constituido en el Gurú de los nuevos tiempos. En esa especie de sálvese quien pueda, la Argentina escondió debajo de su fiebre de consumo un extraordinario pesimismo. ¿Qué lugar podían reclamar los Intelectuales que proponen pensar, estimular la reflexión en un mundo atropellado? ¿Cuál puede ser el espacio de los Artistas, que plantean soñar en un mundo donde hay que estar bien despiertos, y donde los sueños…..sueños son?
Sobre ese escenario se edificó el menemato, en esa leña se fue gestando el fuego que estalló en 2001 y nos quemó a todos…..o a casi todos, porque aquellos beneficiarios fugaron a tiempo sus divisas, avisados en las vísperas por sus mascarones de proa.
El Periodismo Independiente (aquí si cabe la figura) había denunciado hasta el hartazgo; los Artistas e Intelectuales señalaban acusatoriamente sin el recurso de la metáfora porque la realidad era demasiado obscena; algunos Gremios (Docentes a la cabeza) buscaban formas originales de denuncia al despilfarro, y la Comunidad Científica, previo Documento dilatorio, prefería irse antes que lavarle los platos al todopoderoso Domingo Cavallo.
Ya lo había dicho Julio Cortázar: “Es cierto que està todo dicho, pero hay que volver a repetirlo porque nadie entendió nada”.
La frase pertenece a una entrevista realizada al gran escritor a principio de los ’70 por la revista Crisis, y treinta años después sobrevolaba la mente de algunos Periodistas y casi todos los Maestros, Intelectuales y Artistas. Para los Científicos todavía restaba un tiempo.
Lo esperanzador era que ahora los antes “ninguneados” se constituyeron en guías. Y para mejor, surgía un Poder Político que tenía la intención de escucharlos, incluirlos, atenderlos…. y comprometerlos.
La Batalla Cultural ya se vislumbraba distinta.
Desde lo estructural
Ocurre que debemos entender el concepto de Cultura en su manifestación distributiva, es decir, como el conjunto de saberes, creencias y pautas de conducta de una sociedad, incluyendo los medios materiales y simbólicos que usan sus miembros para comunicarse entre sí y resolver sus necesidades. En ese amplio y abrazador sentido lo que ha sucedido en los últimos diez años en la Argentina es excepcional. Se ha descorrido un velo que puso en evidencia lo que si no permanecía oculto, al menos no estaba en debate. Se discutía, a veces abiertamente, generalmente en foros y congresos, causas y consecuencias del por qué la Argentina era una eterna tierra de promesas, de potencialidades, de injusticias inexplicables.
Así, desfilaban reflexiones sobre una Oligarquía pro-europea y codiciosa, una burguesía sin espíritu nacional, una clase dirigente obediente y corrompida. Quienes intermediaban entre ellos y la sociedad, o estaban cooptados por empresas que van en sintonía con aquellos intereses, como el Periodismo, o bien sus márgenes de acción eran marginales, como el Arte.
Será esta última esfera que tomaremos como ejemplo, y de ella solo una disciplina. Aunque es por una cuestión de praxis, inevitable para este espacio, también es porque resulta muy ilustrativa, ya que en el Arte confluyen todos los brazos del caudaloso río de la cultura.
A pesar de que es muy mentada la búsqueda de nuestra identidad, de que resulta resbaladizo definir características intrínsecas de lo “argentino”, de que nos cuesta hallar el Ser Nacional , es preciso afirmar que la Argentina es un país que se fue gestando primero como Nación antes que como Estado. Existíamos más en la retórica que en la realidad física.
En efecto, nuestros antepasados (digamos desde 1810) debatían apasionadamente un proyecto cultural. Tenían más urgencias por instalar un sueño colectivo que por organizar una República. Ese fue el orden de prioridades hasta finales del siglo XIX, incluso décadas después de haberse sancionado la Constitución Nacional.
El medio que utilizaban para expresarse era la escritura, y los textos contenían todas sus prerrogativas: ordenados, profundos, conceptuales y estéticos.
Dejaremos a un costado cuestiones ideológicas concretas, y no por comodidad o acomodamiento, sino para trazar el rumbo de una perspectiva específica. Los artículos, libros y hasta Documentos oficiales son modelos de rigor y belleza. Los hay descuidados y brutales, por supuesto, pero sin duda aquellas personalidades abordaban la realidad con las premisas del Arte. Por eso poblaron el siglo estadistas cultos y dirigentes-escritores, comprometidos en la faena y uniendo Arte y Política.
En algún momento del siglo XX se rompió este vínculo directo, y posiblemente el Golpe de Estado de 1930 haya iniciado la Era de la Política Práctica, aunque es innegable que los Presidentes elegidos democráticamente, y varios funcionarios, abrevaban en la lectura, y casi todos ellos dejaron su impronta en algún libro. Estaba instalado en el imaginario colectivo que había que ser culto para ser estadista.
Los libros proponían la agenda de los grandes debates, de sus páginas emanaban las directrices estratégicas. Si bien los Diarios iban ganando su espacio de influencia, lo hacían en la coyuntura. Los proyectos y estrategias seguían siendo patrimonio de los libros. La sociedad civil los leía, y si no, tomaban nota a través de comentarios que rescataban los puntos salientes. La difusión sistemática de libros, la facilitación de su acceso, la masividad de su distribución, dependía de la ideología del gobierno de turno. Si el gobierno era popular, se tomaban los recaudos para que el pueblo lea. Si el gobierno era elitista, entonces los libros se confinaban a foros donde solo participaban grupos selectos. Aunque la propia dinámica permite observar que hubo gobiernos paradójicos y contradictorios, y hubo Intelectuales que parados desde un bando, circulaban en el contrario.
No es esquematizando como lograremos entender nuestro destino, pero sí trazando una línea gruesa podremos comprender nuestro presente.
De la letra a la imagen
El descalabro de la segunda década infame colocó a los libros y sus hacedores en el rincón de los trastos. El Proceso Militar ya le había asestado un golpe, pero aun en sus brutalidades, como la inquisitoria quema de libros en el Regimiento de Infantería de la Calera, Córdoba, el 29 de abril de 1976, no fue tan mortal como durante el menemismo.
Sin embargo, ni uno ni el otro, pudieron enterrar al cine como expresión. Los militares lo arrinconaron ejerciendo la censura y el exilio, y la década liberal le quitó apoyo financiero. Pero no pudieron soterrarlo. De las 28 películas por año estrenadas durante la presidencia de Alfonsín, se bajó a 12 en la década del ’90, de las cuales solo la mitad fueron subvencionadas.
Las causas son varias, pero la razón es una. Y los norteamericanos lo tienen clarito: el cine es Poder.
Desde la Era muda que los yanquis supieron detectar que la cinematografía debía tener estatus de industria. El presidente republicano William H. Taft declaró en 1913 al inaugurar la primera sala destinada exclusivamente a la exhibición de films en la ciudad de Nueva York, “Ciudadanos, estamos en presencia de un factor de exportación fabuloso de nuestro estilo de vida. El mundo asistirá asombrado a nuestras conquistas, y asimilará nuestro mensaje. La tierra será un lugar mejor, y los Estados Unidos será su guía”. Dos años más tarde David W. Griffith concibe “El nacimiento de una nación”, y la maquinaria será imparable.
Pero no solo percibieron que podían exportar su modelo, montados siempre sobre sus deseos imperialistas, sino que también se dieron cuenta de que el cine era un excelente trasmisor de cultura colectiva interna, de escala de valores supremos, de identidad compartida. Claro que para ellos el hombre –entendido genéricamente- es esencialmente consumidor y por eso la quintaesencia de sus producciones, pero valga el paradigma para plantear la discusión que por estos días ha tomado estado público en la Argentina.
El cine es el primer elemento histórico de comunicación masiva electrónica. Tiene una gran influencia y proyección, por lo cual es uno de los medios con más importancia. Orientado debidamente, permite a los espectadores completar su cultura, modo de ser y reforzar el mundo colectivo. Vivimos en un mundo cuya cultura es audiovisual, siendo la imagen una de las principales fuentes de conocimiento.
Si nuestra transformación individual la multiplicamos por todos los espectadores que han visto una película extraordinaria, constatamos que el cine es una poderosa e indiscutible herramienta de cambio cultural; puede confrontar nuestros prejuicios o subrayar nuestras libertades y derechos con sus historias, personajes y acciones. Este intercambio entre individuo, cine y sociedad es uno de los más importantes en la diversidad cultural del mundo porque, como todas las artes pero muy especialmente el cine, no es un espejo inerte que sólo reproduce sino que expone, plantea y propone la cosmovisión de los países emisores.
Una de las tantísimas batallas que se ha propuesto el Kirchnerismo es apoyar al cine nacional, y lo hace porque conoce y comparte lo antepuesto.
Para comprender el funcionamiento de la industria cinematográfica hay que considerar cuatro elementos que lo configuran: producción, distribución, exhibición y Estado.
Cada uno de ellos poseen su importancia, pero el Estado es la única condición necesaria para que exista el cine nacional. Dos aspectos lo condicionan a priori, por un lado la dimensión del mercado, acotado en relación a los gastos que supone una producción; por otro lado, la desventajosa competencia con las películas extranjeras, sobre todo con los famosos tanques de Hollywood.
La cuota de pantalla es, por definición, el establecimiento por parte del Estado de una cantidad obligatoria de películas por sala en un período determinado. Es una medida que los estados se han dado a fin de proteger su cinematografía en el mercado. Pero la cuota de pantalla es, en realidad, sólo una de las herramientas de regulación que tienen los países para la defensa y promoción de la actividad cinematográfica. El Secretario de Cultura, Jorge Coscia, es muy claro al respecto: “ A la luz de esta polémica, en 1993, nace el concepto de excepción cultural, que ha sumado a Francia y Canadá el respaldo de muchos países, incluido Brasil y Argentina, preocupados por la supervivencia de sus industrias culturales, en particular la cinematográfica y la audiovisual. El concepto define la propuesta de exceptuar la cultura y sus actividades productivas de las reglas del mero comercio, permitiendo formas específicas de protección y fomento que, de no existir, implicarían el debilitamiento y hasta la desaparición de las identidades culturales nacionales”.
La excepción cultural incluye la idea de diversidad cultural, que expresa la más firme resistencia a la globalización salvaje impulsada por el mercado y el reducido grupo de multinacionales que lo hegemonizan. Cerremos este concepto otra vez con Coscia, “Lo que está en juego es mucho más que el éxito o fracaso de una industria y sus empresas. Naciones enteras se juegan en este debate su lugar en el mundo o su definitiva exclusión”.
¿No entiende esto la Derecha, o lo entiende demasiado? ¿No se da cuenta la Izquierda (si es que hay algo a la izquierda del Gobierno, claro) de lo que està en juego cuando se habla de Políticas Culturales
apoyadas por el Estado? Ya lo dijo Mario Benedetti: Hay que cuidarse cuando la derecha es diestra y la izquierda siniestra. Y estos diez años de Kirchnerismo tomaron ése recaudo. Durante este 2012 se estrenaron 140 títulos, representando un aumento del 20% con respecto al año 2011, que a su vez fue un 15% más que el anterior.
El creciente peso del Estado y gobierno en diversas áreas del arte y la cultura desde 2005 en adelante, se observan en distintas leyes que beneficiaron al arte: subsidios a través del INCAA para producir ficciones y documentales; leyes para los actores (como la que los contempla dentro de los “derechos de autor”); ley para que los escritores puedan cobrar una jubilación.
El director nacional de Industrias Culturales, Rodolfo Hamawi afirmó que en la Argentina actual, las industrias culturales son un sector económico relevante, que aporta el 3,5% del PBI, lo cual es equiparable a sectores como el de la energía. Pero es tan abarcativo el proyecto que incluye el estímulo a la labor de los circuitos alternativos (teatro off, cooperativas de músicos, pequeñas editoriales auto gestionadas o independientes etc.).
En ese sentido se diseñaron programas tales como Altos Pueblos, que surge en virtud de la necesidad de implementar acciones en localidades de menor densidad poblacional de la Argentina para potenciar el trabajo de sus hacedores culturales y, de este modo, fortalecer la integración sociocultural del país. O, a través de la Dirección Nacional de Acción Federal, se implementó el programa Avanzar, con el fin de dar respuesta a las demandas de distintos sectores culturales, provinciales y municipales de la Argentina que realicen acciones tendientes a fortalecer la identidad y el desarrollo cultural federal.
Es cierto esto, es palpable y comprobable. El Artista consagrado y el potencial, sea cual fuere su lugar de actividad, se siente como nunca antes incluido. Es lógico que apoyen el modelo en masa, muy a pesar de diestros y siniestros.
Nadie dice que esto es el paraíso, pero podemos asegurar que ahora el infierno ya no es tan temido.
* Periodista, Escritor y Docente. hugobiondi@hotmail.com.ar
Film El Nacimiento de una Nación (1915)