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La institución de la palabra

El trabajo que se publica en este número de La Tecl@ Eñe constituye el texto completo escrito por Carlos Raimundi del cual un extracto fue publicado en el diario Tiempo Argentino bajo el título “La palabra como institución" y como columna de opinión.

 

 

 

 

 

Por Carlos Raimundi*

(texto completo para La Tecl@ Eñe)

Nunca columnistas y políticos profesionales –en este caso opositores- han abogado tanto por un clima de diálogo y tolerancia, en contra de los enfrentamientos estériles y de una supuesta “crispación social”. Y nunca han prostituido tanto la idea con su propia palabra. Dicen aberraciones sin límite profesional o ético alguno, y encima se quejan de falta de libertad de expresión, y de que el gobierno los amedrenta. Veamos.

 

                El editorial de La Nación, en su edición impresa del 27 de mayo, titulada “1933”, compara al gobierno argentino con el de Hitler. Entre otras cosas, dice que nuestra Presidente persigue la sincronización de la prensa y promueve el enfrentamiento social. Paradójicamente, es esa misma e incalificable desmesura lo que demuestra que en la Argentina de nuestros días cualquiera dice cualquier cosa y no recibe sanción institucional alguna por ello. Sorprende que desde tamaña comparación se busque la concordia, y evitar la crispación y el enfrentamiento.

 

                Sigamos con Joaquín Morales Solá. “Guerra a sangre y fuego contra la Corte”, “bestia negra”, “golpe a la Justicia”, “criaturas de su propia hechura”, “ojo por ojo, el combate es a matar o morir hasta que todos terminen muertos”, son las expresiones que usa en “La ausencia de la República”, columna del pasado 2 de marzo. El 10 de marzo publicó “Una dirigencia en pánico”, donde habla del “terror” como arma predilecta de la Presidenta, “la teocracia y la guillotina cristinistas”, “el gobierno quiere dejarlos extenuados, con la lengua afuera” o “se abolió la competencia”. Luego agregó: “La libertad de expresión está amenazada…”, Cristina “viola la Constitución”, se refiere a la “dictadura de la mayoría” y agrega “Macri sufre un acoso constante”, y por eso su decreto inhibe la “incitación a la violencia y la apología al odio nacional”, en “En el centro de un torbellino”, del 15 de mayo. Días después, en “Celebraciones con milicias populares” (el cinismo ya se expresa en el título), habla del “discurso invertebrado” de la Presidenta, que “convoca al temor”, “persecución”, “atemorizar con violencias”, “delación” y “perversión”, “milicias de La Cámpora”, el “miedo”, los “proyectos vengativos” y la “desesperación de un cristinismo exhausto”. “Jueces y espías se sublevan” es su columna del 2 de junio, y en ella expresa  cosas tales como “juguete de su furia”, “persistencia del delito y la chapucería”, “manotazos de desesperación”, “brutal ataque”, “sus cabezas podrían ser cortadas”, “pataletas presidenciales”. Todas expresiones que inducen al diálogo y la concordia, como vemos… “Las decisiones de Cristina están dominadas por sus humores… “, “Hay grave crisis política e institucional…“, dice Morales Solá en su columna “Indefiniciones y confusión”, del 5 de junio. 

 

La pluma de Carlos Pagni es igualmente virulenta, pero más artera, por cuanto no se adjudica los exabruptos, sino que tiene el hábito y la viveza de siempre atribuírselos a otro. Titula “Un país partido al medio” -preanunciando siempre puentes de diálogo, por supuesto- a su columna del 19 de abril, refiriéndose a la Presidente de la República como “la señora de Kirchner”. Un día antes había hablado de “refuerzo a la impunidad”, “falsedad de argumentos” de un secretario “extravagante” que modela “a su antojo”, de la “viuda”, y de su “ansiedad por controlar los poderes…”. En fin, todas expresiones conducentes al respeto y la moderación… El 22 de abril escribe “Una guerra en la que el Gobierno se juega todo”, donde denuncia al gobierno por suprimir la independencia y amordazar a una compañía, eliminar a un medio de comunicación, y reducir la 

 

democratización de la Justicia a una simple martingala. En “Poder absoluto a las mayorías”, del 25 de abril, descubre lo más íntimo de su pensamiento político: “el consenso electoral, el principio de la mayoría, es importante, pero no fundamental”. La pregunta que cabría hacerse aquí es qué posición habría adoptado Pagni desde esa base ideológica, respecto de la proscripción de las mayorías, de los golpes de Estado o de las persecuciones políticas, si le hubiera tocado actuar bajo otras condiciones históricas, como las que se dieron en sucesivas etapas no tan lejanas de nuestro país. En “El nuevo cepo”, del 29 de abril, insinúa la suspensión de las PASO y habla de reto escalofriante para la Corte y de república fraudulenta. Una vez más, conceptos todos que invitan a la concordia y al acercamiento. Al día siguiente publica “El acuerdo con Repsol en vía muerta”, presagiando el fracaso de las inversiones, desvalorizando nuestra relación estratégica con Brasil en una no sutil defensa de los intereses de la minera Vale, para concluir –cuando no- en sus habituales denuncias de ataques a la libertad de expresión, estigmatización del periodismo, presión sobre los medios, aislamiento internacional, etc. Obviamente que no lo dice él, pero reproduce de boca de otros frases como “el corrupto gobierno de Cristina está regresando a la ruina”. Moderación en el lenguaje como camino al entendimiento, desde luego… El 9 de mayo, en “Una nueva extravagancia”, da por sentados los testimonios de Fariña y de la ex secretaria Miriam Quiroga sobre las bóvedas y el dinero que no se cuenta, sino que se pesa. Realmente, una verdadera extravagancia… Y siempre desde el respeto, la objetividad, la información verosímil… cuando no el sentirse amedrentado por los límites que le pone el gobierno nacional a su libertad de expresión… El 13 de mayo, en “El blanqueo, otra señal de incongruencia” reitera sus críticas a la “confiscación de YPF”, en nombre de los intereses de sus poseedores extranjeros, y describe la asfixia que causan las retenciones a un sector tan desposeído como los exportadores de soja, verdaderos descamisados de este nuevo milenio…   Comentarios de una sensatez significativa, que no hacen otra cosa que abrir las puertas al diálogo entre los argentinos… Ya el 16 de mayo habla de manera más directa de “el pacto mafioso”, de las “fechorías del vicepresidente”, de la inmoralidad del kirchnerismo que “pesa la plata”, “roba pero no hace”, y aprueba a libro cerrado una reforma judicial a la que el autor y sus voceros políticos se habían opuesto, ellos sí, a libro cerrado. Portavoz de la derecha estadounidense, vuelve a utilizar el recurso de poner en boca de sus cuadros la radicalización de La Cámpora que ha “capturado al Estado argentino, colapsado la economía e institucionalizado el autoritarismo”. Sigamos con la moderación…, por ejemplo, el 20 de mayo, cuando –buscando tender puentes- titula “Primeras señales de una estrategia de salida”, o el 23 de mayo, cuando menciona a “la viuda”, a “una Presidenta paralizada”, a las “valijas de Olivos” o al “avión recaudador”. El 26 de mayo, en “La Argentina, un país aislado…”, se refiere a la “falta de compromiso democrático de la Presidenta, y describe luego, muy bien informado, la estrategia de los EE.UU. para los recursos naturales de la región. Según Pagni, ya el 27 de mayo pasado, el gobierno había quedado al margen de la Constitución. Ese mismo pensamiento respecto de los gobiernos populares es el que guió, históricamente, a los golpes de Estado, duros o blandos.  

 

                Menos mal que en sus twits del 27 de mayo, Federico Sturzenegger -referente de Macri, y como tal, portador de un mensaje conciliador como el del Hospital Borda- bajó el tono de la confrontación. Sólo comparó a los militantes convencidos de la necesidad de organizarse en defensa de los intereses de su pueblo, con las “juventudes hitlerianas”. Un santo…

                Con un lenguaje más académico y su recato habitual, La Nación publicó en su edición del 27 de mayo la columna de Tomás Linn titulada “La era de los monarcas elegidos”. En una nota que se supone dirigida a reprochar el maltrato que sufren las minorías, el autor utiliza términos como “figuras despóticas”, “mandamás”, “acabar con los ingredientes democráticos”, “la libertad de prensa tambalea”, “se acorralan las instituciones”. Cuando habla de los monarcas  elegidos, construye la idea de que en los procesos populares de nuestra región, sus líderes se ubican “por encima de todo lo demás”. Y ese “lo demás…” que en este caso tanto lo preocupa, serían las ideas minoritarias no legitimadas por el voto. Algo así como decir quejosamente: “cómo puede ser que los líderes populares no nos interpreten a nosotros, que somos quienes aportamos la lucidez a nuestras sociedades…” Pero hay algo peor y más profundo: cuando denosta la figura de los líderes, primero, desconoce la importancia que estos han tenido históricamente en la formación misma de la institucionalidad latinoamericana. Y, segundo, ignora que no están allí por sí mismos, sino por estar investidos del apoyo de la voluntad popular. Por eso, atacar a los líderes es mucho más que una erosión a sus personas, sino que es lesionar en su propia esencia la voluntad de los pueblos. “El problema está en la gente…”, “cada vez menos gente valora la democracia…”, sostiene Linn. De modo que, para salvar a nuestras democracias, sustentadas en las mayorías, habría que hacer caso a los consejos de personas como Linn, de pensamiento minoritario, pero, como vemos, sumamente esclarecido…   

Ya en agosto de 2012, Marcos Aguinis había escrito contra el “veneno” y la “ponzoña” (palabras amigables, por cierto) de la dictadura kirchnerista, de la misma omnipotencia de Luis XIV, una “yunta presidencial” que utiliza “fuerzas paramilitares”, que “odia”, “aterroriza”, “humilla”, “despoja” y “somete” “a guadañazos”. Aunque, eso sí, el autor condena -¡en esa misma nota!- a los “calificativos degradantes”. Todo esto me parece increíble. O tal vez desopilante, si no fuera por la capacidad de propagación que estos análisis poseen. Una última frase revela el pensamiento más profundo del autor y del espacio que representa: los derechos y la inclusión social que, indudablemente, nuestro gobierno representa, son calificados como “subsidios a la mendicidad”. 

En definitiva, lo que está detrás de la denostación de los líderes elegidos no es sólo un cuestionamiento a las personas propiamente dichas, sino la depreciación política de los pueblos que los han investido de esa condición. Se trata de un ataque a la voluntad soberana del pueblo, como fuente de legitimidad política. No cuestionan las formas, sino la pérdida de los privilegios de los que gozaron –salvo contados y honrosos interregnos- desde los albores mismos de la organización nacional. La virulencia que en la actualidad desatan hasta el paroxismo, no deriva de las supuestas malas cualidades que enumeran, sino de encontrarse con una decisión irreductible de nuestros pueblos y sus líderes, a diferencia de las épocas en que por mucho menos volteaban gobiernos.

                Pasemos ahora al discurso de los políticos que han resignado su rol de formadores de conceptos, para hacer mero seguidismo del clima que crean estos grandes medios hegemónicos.

En la sesión del 27 de febrero, que trató el memorándum de entendimiento con Irán, Eduardo Amadeo habló de “violar”, de “trampear”, de” tratado escandaloso que nos alía con un asesino”, de “asco”, de “claudicación moral” y de “amoralidad”. El diputado Fortuna se refirió a “intereses inconfesables”. Marcela Rodríguez habló de “banda de ladrones dentro de la Casa Rosada”, así como antes había aludido al “Estado proxeneta”. Victoria Donda aludió a no ser “cómplices”, y repitió varias veces la palabra “acusamos”, lo cual presupone la comisión de un delito. En el mismo tono de sospecha, Gustavo Ferrari reiteró nada menos que diez veces que “tiene que haber algo detrás”, que el gobierno no dice. El diputado Gambaro también acusó al gobierno de mentir, y Pablo Tonelli habló de “violaciones, de intromisiones, de ilegalidad, de falsedad, y de estar horrorizado”. Graciela Camaño lo calificó de acuerdo “miserable”. Laura 

Alonso gritaba “¡mienten!”, y Felipe Solá “¡no nos engañen!”  “¡Corrupción!”, “¡Chantada!”, “¡Falaces e ignorantes!”, “memorándum de sometimiento”, “arreglo nefasto”, “vil”, “atropello”, “crueldad malévola”, Hace tiempo he decidido no considerar las intervenciones de Carrió, para mantener un nivel mínimo de racionalidad en mis análisis. 

Durante las sesiones en que se trataron los proyectos de reforma judicial, escuchamos de la oposición calificaciones como: “tramposos”, “mentirosos”, “falsos”, “temerarios”, “descarados”, “arbitrarios”, “encubridores”, “mafiosos”, “atropellos”, “da vergüenza…”, “descabezar al poder judicial”, “no vamos a permitir que nos avasallen”, “nos van a dar alguna otra sorpresita…”, “segundas intenciones”, “cómo se puede tener tanta mala fe”, “no nos vengan a hacer creer…”, “parece una cargada…”, “lo que están haciendo es crear un monstruo…”, “cuando los veamos tras las rejas…”. Conceptos todos que hacen gala de la remanida vocación de la oposición de dar un debate franco y elevado por las ideas…

                El tratamiento parlamentario de lo que la prensa opositora instaló como “blanqueo de capitales”, no se quedó atrás en cuanto al lenguaje agraviante de una oposición que se manifiesta agraviada. “Coimeros”, “voracidad por hacer caja para comprar voluntades” o “para el kirchnerismo el evasor es el ciudadano modelo”, vociferaba el diputado radical Giubergia, vicepresidente de la comisión de presupuesto.

Las diputadas Ciciliani y Villata hablaron de drogas, trata de personas, falsificación, corrupción, comercio de armas y lavado de dinero, sobre un proyecto que persigue la inversión para la construcción y la energía. Todo un llamado a la conciliación nacional. Mientras que, siguiendo con su acostumbrada liviandad y con sus hábitos reduccionistas, Eduardo Amadeo decía “habrá champagne en las cuevas financieras, placer en los delincuentes y desempleo en los hogares”. Con vocablos como “irracional”, “claudicante”, “sueño hitleriano de imprimir billetes verdes de segunda calidad, patacones verdes”, era como el diputado Germano elevaba el nivel del debate, en oposición a un gobierno que fue, precisamente, el que desactivó la circulación de las quince cuasi-monedas que supieron utilizarse en la Argentina durante los años anteriores a su llegada. “Ruinoso”, “puerta de entrada a los narcotraficantes”, “ejercicio de 

de hipocresía y cinismo”, “encubrimiento de la corrupción”, “inmoralidad”, fueron calificativos que recorrieron la intervención del diputado Prat Gay, con su corrección habitual. “La mayor desconfianza mundial de la historia”, decía el diputado Pansa en un gesto de moderación. “¡Todas mentiras!”, “guardan el dinero en bóvedas”, “estamos premiando a los delincuentes”, “gobierno encubridor de malandras”, espetaba el diputado Fortuna. “Se le podría encargar al vicepresidente ir a hablar con la mafia rusa, con la mafia siciliana o la camorra en Nápoles, o a Colombia a hablar con los narcos”, aconsejaba el diputado Martínez, no demasiado atemorizado por las restricciones a la libre expresión que este gobierno popular impone a quienes lo critican. El mismo Federico Pinedo, un gentleman, no se privó de hablar de “vergüenza”, “corrupción”, “lavado 

dinero” y “privilegia a los delincuentes”.  Pino Solanas sí fue coherente: él no es un moderado, (sobra coma) y nos tiene acostumbrados a términos como “enorme falsedad”, “mafiocracia”, “macrocorrupción”, “farsa”, “estafa” o “hay que ser cara rota para jugar este rol de impostor”. “Esta es la ley de la coima cash”, es un buen resumen de la diputada Bullrich en busca de grandes consensos. “Pingüi-burguesía” en defensa de la “Cosa Nostra”, fue la manera que encontró la diputada Schmidt Lierman, del PRO, para ser coherente con ese partido, que siempre dice querer “escuchar al otro…”. “Inmoralidad política”, “increíble burla” fueron algunos de los aportes del diputado Brown a la concordia general, contra el lenguaje crispado del que se acusa al gobierno de Cristina Kirchner. “Se trata de un paraíso fiscal sui géneris”, “de la peor calaña”, las frases hechas de la diputada Rasino. “Se legitima el saqueo del Estado”, adujo el diputado Cardelli, respecto de un gobierno que, a mi juicio, está –precisamente- intentando recuperar al Estado, a un Estado vaciado durante décadas. En un rapto de parlamentarismo lacaniano, el diputado Kroneberger se refirió a “la palabra psicotizante de la Señora Presidenta”, mientras De Ferrari Rueda hablaba de “destrucción”, “ahogo” y “asfixia”. “Impunidad de los corruptos”, “esquilman a los trabajadores”, “el colmo de destruir a los opositores, sus vidas y sus bienes, sometiendo a la población con bandas de maleantes”, “saqueo al pueblo, blanqueo a los chorros”, fue el aporte a la mesura de la diputada Re, mientras el diputado Forte acusaba a “la versión criolla de la nueva Gestapo, ese grupo parapolicial de jóvenes para perseguir a los comerciantes”. En uno de los discursos finales, el diputado Lozano habló de “ajuste”, apenas unas horas después de que la Presidenta inyectara al mercado interno 41.000 millones de pesos al aumentar, entre otras medidas, las asignaciones familiares.     

                “No quieren que la sociedad se entere de cuánto se robaron, compran voluntades, compran conciencias…”, vociferaba el legislador Fernando Sánchez durante la sesión de la legislatura porteña que aprobó la protección del Grupo Clarín en el ámbito de la ciudad de Buenos Aires. La ciudad gobernada por Mauricio Macri, quien, en el acto por el Día de la Bandera, el 20 de junio, exhortó a “bajar las broncas y los enojos…”

                En definitiva, la Presidenta puede gustarle a alguien mucho, más o menos, poco o nada. Pero todos, los unos y los otros, pueden comprobar que cuando dice que su gobierno va a construir casas, construye casas. Cuando propone fortalecer al Estado lo hace, y cumple su palabra cuando actúa en favor de la unidad latinoamericana. Es decir, su palabra juega un rol instituyente. Mal que les pese a los defensores retóricos de la calidad institucional, la palabra de la Presidenta actúa aquí como una verdadera institución.

Contrariamente a esto, cuando cierta prensa denuncia que se amordaza la palabra, al mismo tiempo que agravia de todos los modos posibles, o cuando cierta oposición exhorta al diálogo y al consenso a través de palabras que no hacen otra cosa que inspirar violencia y enfrentamiento, lo que hacen es darle a sus palabras un rol destituyente. Destruyen la institución de la palabra en lugar de prestigiarla.

Cuando en “Cómo hacer cosas con palabras”, John Austin habla de ‘palabras performativas’, se refiere a los juramentos, las apuestas, la redacción de un testamento. Pero también vale su comentario para las sentencias políticas. El filósofo británico desnuda la diferencia entre aquellas palabras que se usan para hacer enunciados descriptivos, de aquellas a las que llama ‘performativas’, porque hacen, ejecutan, producen realidades nuevas. Parafraseándolo, podría decirse que mientras la oposición más se aferra a las primeras -a las que manipula y utiliza en su registro falso-, nuestra Presidente más se obstina en hacer cosas con las segundas.

 

* Diputado Nacional del Frente Nuevo Encuentro. Abogado

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