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      El señor Omar Genovese está a punto de tener talento para la crítica. Inspirado en secretos tutores que no tiene porque declarar a fin de no debilitar sus aguerridas argumentaciones, se muestra sobre todo como un maestro del desprecio. Como le molesta que se escriba mal, no solo cuida que se escriba bien, sino que odia con pertinencia de togado a los que escriben fuera de la ciudad literaria que él vigila. ¿Ideología? ¡No! Glotología pura y dura. Se le pasa que una carta titulada Lo justo –con artículo neutro, lo que significa un concepto- no debe leerse Los justos, que postula otro tipo de entidad concreta, plural que ni invocamos ni solicitamos, salvo para recordar la gran obra de ese título de Albert Camus.

      No es que Genovese insulte. No, hace otra cosa. Sabe odiar. No cualquiera odia con el auxilio del diccionario de la RAE. Y odia a los que escriben mal. ¡Que bien le hace a la literatura argentina que existan hombres como él! ¡Con que destreza brota el odio vocablo tras vocablo, encajados como pepinazos (RAE: aumentativo de pepinos) en las zonas donde la enjundia se ve amenazada! Ha sopesado sin duda con mucho cuidado su cita del diccionario de la RAE.

     No somos académicos de la lengua, pero no dudamos en festejar que este encumbrado escritor argentino utilice con tanto tino este tesoro de nuestro discurrir común. ¡Qué gramático! ¡Nunca podrá alcanzarlo cualquier escritorzuelo asalariado, esa despreciable fauna a la que ataca con garbo y nos enseña a humillar con su alma magníficamente enojada. ¿Discípulo de Nebrija? Mucho más: aduanero mayor de la letra, cancerbero legendario de las ideas más sutiles, que lo son, porque pareciendo apenas groseras, contienen una oculta dosis de humanidad y pedagogía que no saben ver los eunucos que bufan.

¡Y está entre nosotros! ¿Cómo no vamos a estremecernos con su lúcido ataque a la palabra ficcionalización? ¿No existe? Pues enseguida la prohibimos ¿Cómo no nos dimos cuenta antes que implicaba enturbiar el idioma, descuidar su pureza y perjudicar a escritores como él, que sin duda han mostrado que colocan cada palabra en los agujeros certeros de la lengua consultando el diccionario correspondiente? El placer que se siente al leer frases de corte correctamente policial, como la persecución -en nombre de la buena ley- de la palabra “inabsorbida”, no puede encontrarse fácilmente siquiera leyendo los mejores artículos de los columnistas de Perfil.

     ¿Y qué decir de su decidido ataque a la palabra denuncismo? Nada mejor que su cuchilla incisiva, inspirada en Carlos Argentino Daneri y otros arduos perfeccionistas del idioma, para separar el dudoso portugués del castellano milimétrico, es cierto que concediéndole algunas libertades como el magnífico párrafo que escribe. Citamos: “¿Será el subsecretario Moreno el docente precursor de tal mixtura?” Solo nos queda envidiar su ductilidad genealógica, su facilidad para descubrir semejanzas y atribuciones precisas. Como carcelero del idioma ya quisiéramos conocer sus novelas, quizás sus poesías, pues sus ensayos encerrados en delicados barrotes de fina astucia no sabemos más que alabarlos en nuestro pobre balbuceo.

     Nos conquista con esa consistencia exacta para buscar similitudes, rastrear raíces, establecer filologías, recordar frases célebres: ¿No es esto acudir a un “imaginario animista”? Esta expresión es un hallazgo suyo. No se nos hubiera ocurrido a nosotros ni en una centuria de leer y releer diccionarios como él lo hace. ¿Y que decir de la comparación con la famosa frase de Aldo Rico, que según él “ya ocupa el indeleble registro del mármol”. Hay que remontarse nuevamente a los románticos argentinos y a los simbolistas de gran calibre para encontrar algo así, y todo para embellecer un necesario recordatorio con el nombre que nos compara, a fin de depurar la democracia, aquel arduo: “la duda es la jactancia de los intelectuales”. ¡Cómo ha volado ese animismo! ¡Qué libélula misteriosa ha inspirado sus hábiles comparaciones! Un escritor menos dotado hubiera recurrido a ejemplos ilustres, pero él posee la destreza de los elegidos y logra encumbrarse mucho más cuando desciende con ágiles movimientos hacia lo peor de su propio sistema de recuerdos. Usar el peor resentimiento con inquietos movimientos conceptuales no es arte que pueda manejar un cualquiera. Bien por Genovese. El uso de la fenomenal categoría de “imaginario animista” y buscar precursores de una mixtura idiomática extraña, lo destaca de un modo tal, que no se nos hace explicable porque gasta su tiempo entre columnistas de un diario amarillo en vez de postularse en los más altos niveles de la academia universal. Solo desentona un poco que vea tanto “fanatismo tribal”. ¡Un hombre como él! Un hombre cuyas elevadas facultades de interrelacionar todo con todo lo lleva a extrapolar la palabra denuncista a una acción contra las  minas a cielo abierto. ¿Sabrá Genovese lo que pensamos de ellas? Tememos confrontar con un ideario tan avanzado, tan despojado de imaginarios animistas, si decimos que es un tema sobre el que no lo queremos molestar al afirmar que hasta podríamos coincidir con su valentía a toda prueba.

     ¡Y que arrojado mostrar que escribir qom con minúscula y Gobierno con mayúscula, lleva desde el teclado de la computadora a la mala conciencia política! ¡Qué resumen vital de todo un programa político solo analizando minúsculas y mayúsculas! Bravo genovese. Lee con lupA genovesE.  No falta en su escrito una denuncia a López Rega, que no por demorada en el tiempo, deja de ser otra muestra de su coraje literario. Hombres como Genovese enorgullecen a la nación y a nuestro idioma. (¿Minúsculas o mayúsculas aquí?) Son columnas morales necesarias tanto de la gran prensa como de la minucia filológica. Su destreza para moverse en ambos campos, el de la Gran Refutación de lingüista avezado, y el del minucioso autor de vilipendios, hace que lo saludemos con la satisfacción de haber contribuido a despertar los mejores sonsonetes de su Pluma Vigilante. ¡gracias omar!

 

 

*Director de la Biblioteca Nacional. Sociólogo y ensayista

Mármoles genoveses

 

 

 

 

En respuesta al libelo aparecido en Perfil y escrito por Omar Genovese contra la última carta “Lo Justo” y no “Los justos”  - como titula el autor - redactada por Carta Abierta, La Tecl@ Eñe publica este artículo de Horacio González que polemiza con el texto del inquisidor lingüístico que en una nueva manifestación del persistente clima odiante expresa todo lo previsible del mismo: desprecio y denostación.

 

 

http://www.perfil.com/columnistas/Una-respuesta-infecta-escrita-desde-la-cloaca-del-lenguaje-20130602-0065.html 

 

 

Por Horacio González

(para La Tecl@ Eñe)

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