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Leonardo Favio: El anhelo de un artista

El 28 de mayo hubiera cumplido 75 años el más personal, coherente y universal Director de Cine argentino. Sus películas son los modelos elegidos en todas las Universidades de Cine nacional, porque han dejado una huella imborrable, aunque irrepetible. Se nutrió del cine alemán, francés, ruso e italiano, pero concibió obras visceralmente argentinas. Fue Peronista “hasta la médula”, y se retiró de este plano agradeciendo volver a  vivir lo que temía era ya imposible.
Ahora nos mira a todos desde arriba, como jamás lo hizo mientras duró su paso por la tierra.



Por Hugo Biondi*
(para La Tecl@ Eñe)

“Quien nace cineasta viene con una urgencia:
Utilizar o fabricar imágenes para testimoniar la Historia,
transmitir el asombro, los sueños, la Poesía….”.

Así comienza un Poema que escribiera Leonardo Favio, y que generosamente ofreció como Prólogo para mi libro sobre su obra cinematográfica. Todo lo que se pueda agregar carece de sentido. La frase resume su impronta.
Sin embargo, y mientras transitamos el primer año sin su presencia física, podemos realizar el ejercicio de revisar sus películas. Para revalorizarlas.
Porque Favio y su cine, como un Shakespeare contemporáneo y criollo, deben ser resignificados.
Fuad Jorge Jury llega a la misteriosa Buenos Aires en plena expansión de la Revolución Libertadora, o Fusiladora para ser más ajustados a los hechos. Allí ya està instalada su tía Elcira Olivera Garcés, hermana de su mamá Laura; ambas artistas. Se conecta rápidamente entonces con el mundo del cine, aunque le gusta vagar por las calles, recorrer la zona de Retiro donde observa el arribo de trenes con gente que viene a forjar su destino. Queda maravillado con el Parque Japonés, porque allí la muchedumbre, a la que le prohibieron hasta la mención del nombre de su Líder, juega al secreto a voces, a burlar los ridículos decretos.
Ya es Leonardo Favio, y debuta como extra en 1958 en El Ángel de España, donde su tía es una de las protagonistas. Pero ya pergeña su propia obra. En efecto, un año mas tarde dirige un cortometraje llamado El amigo, que no atravesará el tiempo como sus películas posteriores, pero ya se pueden apreciar algunas de sus obsesiones: la lealtad y la traición como dos caras de una misma moneda en los vínculos intensos, la desigualdad de oportunidades que luego deviene en marginación social, lo sublime y lo pedestre en un mismo plano, y sin juicio de valor.
1960 le pone en el camino a su mentor, su padre sustituto, su admirado y admirador, Leopoldo Torre Nilsson. Actúa bajo su dirección en tres películas, pero le interesa más participar en la elaboración detrás de escena. Lo espía a su Maestro, le fascina su seguridad, aunque sabe que no debe imitarlo. “Tenès que ser auténtico hijo, y ese mundo vos lo conocès”, le aporta Babsy cuando Favio le muestra los primeros trazos de un guión que està concibiendo con su hermano Zuhair.
Un año más tarde, ya està rodando las primeras imágenes de Crónica de un niño solo.
Su Opera Prima es una visión desprejuiciada, pero sin golpes bajos, de niños obligados a forjar su propio destino, desechados por un país que primero les suelta la mano y luego los encierra. Favio tiene entonces apenas 23 años, pero como también vivió la experiencia en un Reformatorio para Menores (“La Casa del Niño” se llamaba, y quedaba a cuatro cuadras de su casa en Luján de Cuyo) sabe retratar la esencia de esas incipientes vidas. Su Polín no es estrictamente autobiográfico, pero se percibe su angustia prematura.
Cuando estaba realizando la selección del protagonista niño, le dijo a Diego Puente, el elegido: “Vos mirà fijo a la cámara y grita fuerte ‘Por qué se meten conmigo eh….¡¡¡¡¡¡por qué!!!!’”.
Este primer film lo colocó rápidamente en la consideración de la Crítica especializada, lo llenó de premios. Treinta y cinco años más tarde, en medio de aquella tendencia que traía consigo el 2000 de elegir lo mejor en cada rubro del siglo, Crónica de un niño solo fue considerada la mejor película argentina de acuerdo a una encuesta llevada a cabo por el Museo del Cine.
“¿Y si contamos nuestras vivencias allá en el pueblo, Negrito? “, le dice a su hermano Zuhair, quien ya había volcado en papeles varios de aquellos recuerdos. El Cenizo, por ejemplo llamó a uno de esos cuentos. Se trata de un texto que conmueve por su simpleza y profundidad. Despojado de todo artilugio lingüístico, Zuhair Jury nos muestra el alma de dos mujeres y un hombre caminando sin quejas un destino lánguido. El Aniceto, la Francisca y la Lucía piden eternizarse. Y Favio les da le gusto.
Filma El Romance del Aniceto y la Francisca en su pueblito natal; la historia que allí sucede no puede tener otro marco. Además anda necesitando reencontrarse con amigos queridos y extrañados, familiares y parientes, referentes de un tiempo que le parecen muy lejanos en el tiempo. 
Federico Luppi, el protagonista de la obra, cree que fue su actuación mas importante, y no por lo rigurosamente actoral sino porque aprendió y creció como nunca antes ni después. El hombre, Aniceto, aun alejado de los vicios civilizatorios, también traiciona, también cae en la tentación, también cambia por dinero a sus mas caros afectos.
El Romance… nuevamente sorprende por su calidad, y Favio otra vez se alza con una catarata impresionante de premios. Pese a este reconocimiento, unánime y contundente, los hermanos Jury no pueden escaparle a una cruel paradoja argentina: la excelencia artística no es sinónimo de conquista económica. Poco público va a ver su obra, por lo que su sueño de montar una Productora pronto se desvanece.
Pero de pronto asoma su Mesías. Dicen quienes conocieron de cerca a Leopoldo Torre Nilsson que, además de ser un prolífico y personal Director Cinematográfico, conocía los secretos del éxito. Tenía instinto artístico y habilidad empresarial.

Nilsson le va a producir El Dependiente, película que cierra su magnífica primera trilogía.
Otra vez desempolvan escritos de Zuhair, insisten con la fórmula. Entonces lo glorioso y lo fatal vuelve a producirse. Por supuesto.
El Dependiente aborda el conflicto interior de seres grises, con ambiciones prosaicas, sin sueños. Cometen actos de crueldad, aunque despojados de malicia; desean amar, pero no arriesgan. Pequeños seres….inmensamente humanos.
Por esta obra, en Francia llaman a Favio “el Bergman sudamericano”. En la Argentina lo admiran, pero no llenan las salas. Los premios ya no entran en su pequeña oficina del barrio del Once. El hecho no solo no lo enorgullece, sino que lo irrita, porque encima ahora suma a la desdicha material al propio Babsy.

“¿Còmo hacemos Negrito para ganar guita?”, le dice a su hermano, que del tema sabe menos que él. Alguien le insinúa que grabe un disco, que aproveche esa voz varonil que le sale en los asados. Y sucede nomás. Por primera vez los Jury (porque comparten todo) conocen las mieles del dinero. Y mucho, porque es avasallador e inmediato su triunfo como cantante.
Nada sabe de guardar. No tiene –ni le interesa- la cultura del ahorro. Pero si sabe eso de vivir con lo puesto, y aprendió que los grandes proyectos deben ser sustentados con plata.
Estamos a las puertas de una nueva etapa, en lo político para el país y en lo artístico y económico para Favio. Atento a estas señales de época, apuntará bien alto. Pone casi todo lo ganado con la música al servicio de una nueva obra cinematográfica. Y esta vez el público responderá, abrumadoramente.



Tuvo su propia primavera



Perón al gobierno, Cámpora al poder…...y Favio a la cima. A la par de sus incesantes hits musicales (en el bienio ’72 / 73 vendió mas discos que Sandro y Palito Ortega juntos) Leonardo concibe una obra magistral, perfecta según palabras de sus colegas.
Es que Juan Moreira puede ser observada desde múltiples perspectivas. Histórico -Políticas porque se desarrolla en la segunda mitad del siglo XIX, cuando se erguía un país con la firme decisión de pertenecer al Capitalismo triunfante en el mundo, y donde no había ya lugar para la tipología que encarnaba el héroe de la película; Filosófica, porque a través de su narrativa se filtran el amor, el desarraigo, el férreo mantenimiento de principios aun a costa de la propia vida, la amistad sin intercambios, la angustia existencial (el diálogo durante la agonía de Moreira con la muerte justifica por si sola toda la obra), y el coraje para combatir en desventaja, a contrapelo de los signos que arrasan.
Y también puede gozarse desde la estética pura: la música y la fotografía de Juan Moreira son un modelo del aprovechamiento del séptimo arte.

 

Pero como si intuyese que transcurren años donde no es posible detenerse a recoger frutos, un año después ya està filmando su quinta película.
Cree que es hora de buscar alegorías, de jugar a la leyenda con moraleja, de proponer metáforas que ayuden al replanteo. Son tiempos difíciles, la muerte ronda en las calles. Nazareno Cruz y el lobo tiene la secreta intención de enternecer el corazón de una sociedad desquiciada.
Es cierto que por enamorarse a Nazareno le toca padecer, pero la parábola cierra exacta cuando el propio Diablo le ruega a los cuerpos yacentes de los enamorados que por favor medien ante Dios, que le digan que está cansado de sembrar cizaña entre los hombres.
Y otra vez la música y el despliegue visual emocionan.
La gente revienta las boleterías: tres millones y medio de espectadores (un millón más que su predecesora) se constituyen en un récord aún hoy vigente.

   
El enorme artista mendocino se encuentra en la cresta de la ola. Pero hay un costado del éxito (el de las exigencias contractuales, el del exceso mediático) que lo incomoda. Igualmente no puede evitar sentirse feliz, a pesar de la reciente muerte del General, fatalidad que lo asuela. Repara su ánimo la sintonía que ha establecido con el Pueblo, la empatía con los humildes, su gente. Y lo disfruta doblemente porque es desde un lugar siempre añorado, al que jamás renunció, porque sabe que el Arte bien expresado eleva la condición humana, enriquece el espíritu, dignifica y bendice. Un Artista cabal debe latir junto a su pueblo, uniendo masividad y poesía.
Su hermano, y aliado incondicional, le dice que desea dirigir su propia película, entonces Favio pergeña su siguiente film asumiendo esa ausencia.
Será el momento de volver a personajes más palpables, menos heroicos, más cercanos e identificables en la inmediatez. Soñar, Soñar la titula, y en su corazón es la mas querida. Quizás porque Mario el Rulo y Carlitos son representaciones de amigos verdaderos de lejanos tiempos; quizás porque tuvo que atravesar ingentes dificultades y persecuciones; quizás porque la Critica especializada, hasta allí profusamente elogiosa, se ensañó con ella hasta la crueldad. O quizás porque el público, susceptible a la coyuntura, le dio la espalda durante las escasísimas semanas que estuvo en cartel. Bueno….su estreno coincidió con la negra semana de marzo del ’76.
Lo cierto es que Soñar, soñar es una pequeña joya, donde otra vez se ponen sobre el tapete, con menos grandiosidad, valores eternos: amistad, traición, deseos imaginarios. Escribir aunque sea una página en el libro de la vida.
Acaso la película lo aislaba del contexto. En el set se sentía a salvo de los lobos que ya lo merodeaban. Y vaya si se sentía seguro que hasta el indomable Carlos Monzón aceptaba sin chistar todas sus indicaciones, incluso la que el Campeón del Mundo quiso imponer como innegociable: Susana Giménez tenía que estar siempre detrás de cámara. Favio percibió que eso distraía a Monzón, que le generaba necesidad de protagonismo, de gestos de guapeza peligrosas, y entonces dictaminó  “a partir de mañana no vengas más Susanita”.
Los militares ordenaron que se retiraran las copias de todas las salas donde se exhibía Soñar, soñar cuando todavía no transitaba su tercera semana. Y antes de que ordenaran su propia detención, Leonardo Favio parte al exilio.



Igual pero distinto

El regreso de la Democracia lo encuentra a Favio recorriendo Latinoamérica con sus canciones. Alterna su residencia entre México y Colombia, y visita seguido España donde se lo considera un genio. Para los cineastas ibéricos, que irrumpían en el mundo luego de la larga pesadilla franquista, Favio era un referente ineludible. Él, en tanto, aseguraba que ya no quería dirigir más; la muerte de Torre Nilsson en 1978 había significado la pérdida de su principal motivación. “Cada vez que terminaba una película, imaginaba a Babsy tomándome del hombro y diciéndome ‘muy lindo hijo, muy lindo lo que hiciste’”. Parecía que se bajaba el telón para siempre.
Sin embargo el actor y productor teatral Edgardo Nieva tenía un guión en sus manos en cuya tapa se leía: Dirección, Leonardo Favio.
Tres años tardó Nieva para convencerlo de que a Gatica, el Mono solo lo podía dirigir él. Mientras Leonardo sigue negándose, Zuhair va perfeccionando el texto que le acercara Nieva. Ambos sabían que pronto daría el si. Es que José María Gatica fue un personaje que siempre sedujo a Favio; era como un niño malo, extraordinariamente popular, profundamente solidario y cabalmente peronista. Además, encarnaba la metáfora anhelada y perfecta de una década que siempre había querido refrescar.
Acepta, pero pide rearmar el guión. Afirma que ahora el público busca Biografías; tal vez porque anda necesitando recomponer su propia historia.
Gatica, el mono entonces estará dividida en tres etapas: Niñez marginal, Juventud gloriosa y Adultez deambulatoria. Como telón de fondo los vaivenes del país, y como imágenes de anclaje el Boxeo.
Pueden ser tres películas distintas. Es una sola película que vale por tres.
Otra vez gana premios, roza el millón de espectadores, y fija posición al retirar la candidatura de Gatica… a los premios Oscar como medida de protesta por la falta de apoyo al cine nacional. Un Favio auténtico.
La década del ’90 lo desorienta. El Presidente Carlos Menem lo trata con mucho cariño, hasta le llega a ofrecer algún cargo en la Secretaría de Cultura. Favio no acepta, claro, pero tampoco sabe bien de qué va la cosa. No le gusta nada la orientación política y económica que se ha instalado, aunque le cuesta tomar conciencia del desguace.
Decide mirar las raíces, ahí no habrá deformaciones posibles. Nacerá una nueva necesidad, mezclar explícitamente el Arte con la Política. El formato siguiente será un Documental.


Se reúne con el entonces Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Eduardo Duhalde, quien le sugiere que lo haga en conmemoración del 50 aniversario del 17 de Octubre. Su trabajo es tan meticuloso, que tardará cinco años más de lo previsto. 150.000 metros de celuloide que requieren de recomposición y retoques digitales, más la reposición de filmaciones caseras y documentos del Archivo General de la Nación seriamente dañados, le consumen todo el tiempo que duró el mandato de Duhalde. A Favio no le importa que se enoje, no solo no piensa rifar su prestigio entregando una vulgar proclama, sino que además va redescubriendo la verdadera identidad peronista. Si antes lo intuía, ahora lo sabe: este modelo no tiene nada que ver con aquellos principios.
Perón, sinfonía del sentimiento es un Documental en su estructura básica, pero Favio le agrega imágenes y sobreimpresos que lo corren del género puro. Es un extraordinario ejercicio para la memoria del siglo que culmina, riguroso y poético. Adelantado a su tiempo, el protagonista principal es el Rol del Estado. Y se lo dedica, en letra de molde, a Héctor J Càmpora, Hugo del Carril, Ricardo Carpani y Rodolfo Walsh.
Perón, sinfonía del sentimiento, se estrenó en enero del 2000 en el cine Atlas, pero su éxito estuvo en la comercialización con formato de miniserie con casi 200.000 copias vendidas en el primer año; luego la señal Crónica TV compró los derechos y las emite desde entonces año tras año. Por eso Favio decidió regalar copias a Centros Comunitarios, Unidades Básicas, Escuelas Públicas, Sindicatos e Instituciones Culturales.
Con lo recaudado, pudo abonar hasta el último centavo los créditos públicos otorgados (Duhalde, siendo Presidente, le había dicho que se olvidara), repartió dinero entre todos los que a lo largo de ese lustro trabajaron con tanto cuidado y esmero, y se dejó unos pesos para su nueva obra, que juró haberla soñado enterita, de principio a fin cuando la Argentina ya daba señales de recuperación y él, por fin, podía descansar tranquilo: “Esto si es Peronismo”, decía en el programa de su amiga Graciela Borges allá por el 2005.
En mayo de ése año gritó ACCIÔN, y comenzaba el rodaje del que sería su último opus.
Se trata de un film cuyos protagonistas son Bailarines de Danza Clásica, basado en la historia ya contada de un romance de provincia. Se ha propuesto darle un giro al Aniceto y la Francisca e ingresarlos a un universo que siempre lo cautivó.
Como ofreciendo una nueva lectura a la sentencia discepoliana, Favio mezcla el mate con la lírica, aunque mantiene la esencia de sus personajes. Solo cambia la escenografía, el rictus de quienes anuncian el romance y el modo de contarlo.
Aniceto es un Ballet Cinematográfico, género inaugural en nuestro país, y el resultado es extraordinario. Hernán Piquín, por entonces solo reconocido en el mundo al que pertenecía, expresa con el cuerpo, con suaves movimientos de manos, el drama que cuarenta años atrás Federico Luppi transmitiera con gestos y precisas palabras.
Aniceto tuvo muy buena acogida entre la Crítica y los Festivales, pero el público no asistió a las salas. Otra vez el contexto político iba a tener incidencia, ya que se estrenó en medio del conflicto del Gobierno con algunos sectores del campo y medios monopólicos de comunicación por el reparto de rentas extraordinarias.

Leonardo Favio, visiblemente golpeado en su salud, asume esta desconexión con la gente con dolor pero sin renunciamientos. Desde Rusia le ofrecen una importante suma de dinero para adquirir los derechos de exhibición de Aniceto, entonces Favio vuelve a apostar al cine. De inmediato comienza a trazar bosquejos de un nuevo guión….”no, nuevo no”, aclara. Y no solo no es nuevo, sino que en rigor es una idea que le venía dando vuelta en su cabeza incluso antes de su Corto El Amigo. Se trataba de volcar en imágenes todos aquellos símbolos de su infancia. Momentos, voces, olores, sonidos y cosas, cosas que se configurarían en representaciones de su familia, y que habían quedado grabadas a fuego en su memoria. Por eso a la película la había titulado El mantel de hule.

No pudo. Dios anduvo distraído, como le decía su mamá Laura cada vez que alguna tragedia sucedía, y no lo dejó que nos legara ésa, su última (y primera) obra maestra.
Hubiera sido una parábola perfecta.



Palabras finales para un creador sui gèneris



La decisión de separar la estructura del texto en trilogías, según el abordaje de sus películas, no es casual, por supuesto. La primera de esas series abarca su cine en blanco y negro, cuyos personajes trasuntan conflictos fundamentalmente psicológicos. Son Sonatas que se siguen en silencio.
Durante la segunda trilogía incorpora el Color, a lo que le suma el estilo Coral, que implica un enorme despliegue de producción.
Por último, la tercera etapa, posee una carga ideológico-partidaria que hasta entonces solo había insinuado. No son panfletos, lejos están de eso, ni siquiera bajan línea, pero si poseen discursos y secuencias con una clara direccionalidad. Es que la tragedia de la década manchada por el horror de la dictadura lo impulsó a ese mensaje.
Pero sucede que a Favio es imposible encuadrarlo. Lo único que podríamos asegurar, sin riesgo de estar errados, es que todas sus películas se construyen a partir de seres solitarios. Ellos, en el profundo instante de la soledad vital, intentan forjar sus destinos. Y lo hacen en ámbitos alejados de la confusión mundana que suponen las grandes ciudades. Sus sueños y frustraciones se desarrollan en pueblos provincianos, donde los factores externos, aun con sus limitaciones, permiten canalizarlos, pero no condicionarlos.
Lo enunciado describe el alma del creador. Leonardo Favio fue un solitario, en su derrotero cinematográfico y en su vida íntima. Tuvo esposas y amantes, hijos propios e hijos adoptados, hermanos de sangre y hermanastros, amigos, compañeros y colegas. Con todos se vinculó desde el afecto y la ternura.
Y se sumó a la multitud cada vez que aclamaban o reclamaban. Cuando se sintió identificado con un proyecto político participó activamente, se mezcló y se embarró con gusto.
Pero fue profundamente solitario. Quizás por eso fue tan esencial.
El 5 de noviembre del 2012, en el Sanatorio Anchorena a los 74 años, moría victima de una polineuritis. La enfermedad se le había declarado siete años antes, aunque confesó que los síntomas (hormigueo en pies y manos, dolores en las piernas, dificultades para desplazarse) los había sentido durante su exilio en Colombia, cuando se resbaló y golpeó su columna vertebral en el borde de una bañera.  Pudo disimularlo 25 años, nadie sabía de esas manifestaciones.
Es que Favio era un hombre solitario.  


 
  * Periodista, Escritor y Docente.
Autor del libro “Sin Renunciamientos” –El cine según Leonardo Favio-

hugobiondi@hotmail.com.ar



 

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