top of page

El periodismo en su laberinto

Comunicadores, periodistas, académicos, están reflexionando y debatiendo con intensidad creciente cuál es el rumbo del oficio periodístico e imaginan y proponen algunas soluciones para salir de la situación actual que, según un margen atendible de coincidencias, es de ruptura profunda con creencias y prácticas muy antiguas.









Por Hugo Muleiro*

(para La Tecl@ Eñe)

Comunicadores, periodistas, académicos, están reflexionando y debatiendo con intensidad creciente cuál es el rumbo del oficio periodístico e imaginan y proponen algunas soluciones para salir de la situación actual que, según un margen atendible de coincidencias, es de ruptura profunda de creencias muy antiguas. Se trata de una ruptura que se da a partir del debate abierto, a veces descarnado, que inauguró el gobierno nacional con su decisión de confrontar con las corporaciones, en lugar de quedarse en silencio ante su poder, y con la de enviar al Congreso el proyecto de Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, alimentándose con la energía y la lucha de entidades de derechos humanos, cooperativas, universidades, radios comunitarias y sindicatos.


   Como en tantos otros temas y aspectos, la tensión entre el esquema tradicional de medios en el país, con la concentración en la emisión de los mensajes para favorecer a sectores minoritarios, y el sueño de una comunicación democrática abierta, con pluralismo y actores múltiples, estaba apenas agazapada. No es el kirchnerismo el que descubrió que los grupos privados de medios, aquí y en cualquier lugar que se mire, usan la información como mercancía y la orientan y manipulan en beneficio propio, lo cual acometen declarándose despojados de todo partidismo y como promotores inclaudicables de las tantas veces cacareada libertad de expresión.


   Sin embargo, sí es evidente que como nunca antes estos enunciados están al alcance de porciones significativas de la población. Está siempre más a la vista que cada actor de los medios de comunicación se desempeña según una postura adoptada previamente y se expande la noción de que es frecuente que proteja o promocione intereses o posiciones de un sector. Así sucede por más que algunos de esos actores pretendan seguir con la pantomima de la “independencia” y con el espejismo de una suerte de categoría moral, el periodismo, que tendría en apariencia la virtud de blindarse a toda subjetividad y la generosidad para erigirse por sobre todos y, como dios bueno, extender la mirada neutral respecto de cuanto acontece e intervenir a favor de nuestra suerte individual y colectiva.


   Para lo que falta por descubrir y decidir respecto del futuro del oficio periodístico sería oportuno contar en una o dos décadas con otro formidable aporte de Eduardo Blaustein y Martín Zubieta, como el que ya hicieron con su obra “Decíamos ayer”, reflejo evidente e incontrastable de la gran contribución de los medios de difusión tradicionales a la creación de las condiciones favorables para el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 y del respaldo casi sin fisuras que dieron a los objetivos centrales de la dictadura cívico-militar que asoló al país hasta 1983.
   Aunque sin la rigurosidad de Blaustein y Zubieta sobre aquellos años, una mirada general al pasado permite dar con claves repetidas en el manejo de la información cada vez que las minorías más poderosas intentaron recuperar los espacios perdidos por la acción de gobiernos surgidos de las urnas, aún de aquellos más tímidos, frágiles o dubitativos.


   Informes y alegatos sobre ineficiencia, dispendio en un “gasto” social siempre desmesurado y la sensación de caos final recorren títulos, noticias y editoriales previos a todo golpe de Estado, a todo intento de golpe de Estado y a toda maniobra de desestabilización para hacer tambalear a un gobierno y torcer su voluntad. El establishment económico, especializado en saquear al Estado cuando instituye regímenes y gobiernos que le responden al ciento por ciento y también cuando los vientos no le resultan tan favorables, encuentra siempre arietes en los medios privados para instalar entre nosotros el demonio de la corrupción generalizada y reclamar por una moral pública que jamás de los jamases practicó.


   Cuando se trata de estremecer a un gobierno en general se extiende, siempre con los medios tradicionales como aliados, la sensación de que los dólares escasean o van a escasear: conviene correr y conseguirlos a como dé lugar, dando codazos y pisoteando la legalidad.

Otro gran recurso es el manejo de la percepción de la inflación: los gobiernos poco amigos del establishment son acusados siempre de mentir al respecto. Si el índice oficial es 1, la “inflación real” es 2, si el índice oficial es 4, la “inflación real” es 8. Y si el gobierno en cuestión tiene la decisión y la habilidad de hacer frente a los manejos especulativos de los grandes empresarios, pues aparecerá la maldición del desabastecimiento: góndolas vacías, la imagen a la que la clientela de estos medios tradicionales teme mucho más que un holocausto nuclear.

Y claro, rara vez falta la noticia del aislamiento internacional creciente, la desconexión con los importantes en el mundo, mientras apenas conseguimos cercanía con unos amigos de la vecindad que son totalmente indeseables. Esto no fue creado para molestar y perturbar a los gobiernos desde 2003: lo padecieron ya todas las gestiones democráticas, con la única excepción de Carlos Menem. Para apuntalar la sensación de que estamos a punto de caernos del mapa, un comentarista o corresponsal –preferentemente en Washington- no dudará en escribir que el presidente estadounidense viaja a Australia y no a la Argentina porque, interesado en acercarse al hemisferio austral, le es más fácil hablar con los canguros que con las autoridades del país.


   En fin, los recursos empleados son burdos. Crecen en virulencia cuanto mayor es el interés por desplazar a los que gobiernan. Y crecen en desesperación por la carencia de un recurso que un auspiciante nato de los golpes antidemocráticos, Mariano Grondona, puso en juego indefectiblemente hasta los 80: las Fuerzas Armadas como “reserva moral”, como salvación ante la incapacidad final de los políticos.


   La madeja de un periodismo deslegitimado como nunca antes parece muy difícil de desenredar. ¿Por dónde empezaría un esfuerzo que será duro y deberá mantenerse en el tiempo? Una pista para tomar en cuenta la dio Washington Uranga en la sección “La Ventana” de Página/12, el 22 de mayo de 2013, cuando alertó que la noticia está escaseando y, con ello, se pierde el derecho del acceso a la información, que ya no puede ser excluido entre las necesidades primarias de los pueblos.


   Uranga propuso, ante ello, que cada comunicador se sincere con su público y le diga, con transparencia, a nombre de quién habla, qué intereses representa, con qué postura política, económica, social y cultural se identifica.


   Luego, pide recuperar el respeto por un deber que tienen los medios de comunicación: informar, sin contaminar los datos con la opinión subjetiva o los intereses sectoriales. A esta acción Uranga la llama “responsabilidad primaria”.


   Las experiencias disponibles en el mundo nos dicen que los Estados, sin entrar a tipificar sus intenciones, no encontraron fórmulas para conseguir este objetivo, que los medios asuman la “responsabilidad primaria” de informar.



Apenas el planteo del reclamo constituye, en sí mismo, un motivo para que se multiplique la confrontación. Aquel gobernante que, en coincidencia con Uranga, reclame a los medios que cumplan esa responsabilidad, será acusado local e internacionalmente de atacar la “libertad de expresión”.


    El pronóstico se vuelve difícil también porque la experiencia mundial sobre la auto-regulación de los medios periodísticos demuestra que las empresas usan estos sistemas para maquillar su fachada y continuar defendiendo sin fisuras los intereses con los que siempre se identificaron, los que en definitiva constituyen su razón de ser. Es un toque de corrección política para seguir estafando al público, como se puede ver fácilmente con grandes diarios norteamericanos y europeos, con la Televisión Española e incluso con la sacralizada BBC de Londres.



*Periodista. Miembro de la Comisión Directiva de COMUNA. Co-autor del Libro “Los Garcas”

bottom of page