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Territorios, seguridad y Estados

El macrismo fue elegido como el enemigo de derecha ideal por el kirchnerismo y soporta un activo a su izquierda (político, sindical, social) que funge como Observatorio Social y pone lupa en cada mueca de la gestión PRO. El macrismo soporta eso ganando sus elecciones, con minorías intensas y mayorías silenciosas, mediante una gestión que es “en promedio” no muy alejada de las valoraciones culturales históricas de la ciudadanía porteña.

Por Martín Rodríguez*
(para La Tecla Eñe)

El macrismo fue elegido como el enemigo de derecha ideal por el kirchnerismo; y soporta un activo a su izquierda (político, sindical, social) que funge como Observatorio Social y pone lupa en cada mueca de la gestión PRO. El macrismo soporta eso ganando sus elecciones, con minorías intensas y mayorías silenciosas mediante, y una gestión que es –en las cuentas porteñas- “una gestión promedio”, no muy alejada de las valoraciones culturales históricas de la ciudadanía porteña. La gestión de Ibarra no fue el socialismo, De la Rúa –en tal caso- tampoco fue un desastre, ni dio pistas de incapacidades como para no ser electo presidente en 1999. Todos los que recriminan con justicia las acciones para-estatales de la UCEP deben ir más atrás y reconocer la existencia del RECEP en tiempos de Aníbal Ibarra, un jefe de la ciudad nacido a la política como fiscal de la corrupción ajena y rajado de la intendencia como responsable de la corrupción propia.
Pero la ciudad como espacio sobre el que se desplaza el monopolio del uso de la fuerza, tiene tres fuerzas de seguridad que la patrullan. La Policía Federal, la Gendarmería Nacional y la Policía Metropolitana. Las primeras dos dependen del Estado nacional, y la segunda del Estado municipal. Esa, la Metropolitana, fue hecha por el ánimo desafiante y autonomista del PRO después de años del progresismo que creyó en las virtudes de ser tibio, y que creyó conceptualmente más en la construcción de anticuerpos del Estado para el Estado que en producir la herramienta esencial de la seguridad democrática. Es decir: hacer una policía es tarea progresista. Hacer una policía y no incentivar subsecretarías/defensorías y, o, según, plegarse al discurso nacional anti-autonomista, una corrección discursiva deliciosa, porque todos somos federalistas porteños de las peñas de San Telmo, pero que encubre la dependencia y la carga sobre el Estado Nacional. Que una ciudad tenga y financie su propia policía no es contradictorio con que el Estado nacional a la vez mantenga su fuerza federal.  



Dicho esto, pongamos el foco en la Gendarmería.

Todavía está fresco un ensayo llamado El uso progresista de la Gendarmería de Esteban Rodríguez publicado en el número 12 de la revista Crisis (que se puede ver acá: http://www.revistacrisis.com.ar/el-uso-progresista-de-la.html). Allí Esteban reseña la historia de esa fuerza ambulante creada en los años 30 para combatir a los “bandoleros” rurales, a pedido de Bunge & Born y otras compañías agrícolas. “El antecedente de esta fuerza fue la Gendarmería Volante, un cuerpo armado costeado por la compañía La Forestal para reprimir la huelga de los trabajadores en sus feudos en 1921”. Más acá en el tiempo, durante los ´90, “cumplió un papel protagónico en la represión del conflicto, especialmente en regiones como Cutral-Có, Tartagal, Mosconi y Corrientes”.
Tras el crimen de Mariano Ferreyra y la represión en el Parque Indoamericano, a fines de 2010, se dieron las condiciones “ideales” para la conformación del ministerio de Seguridad. Esa palabra (“seguridad”), reacia al lenguaje de las izquierdas, fue habilitada por la presidenta y puesta en función a partir de un dato de sesgo micropolítico: El nombramiento al frente del Ministerio, hasta su reciente designación como embajadora ante la OEA, de una mujer que proviene de la izquierda peronista y que se había desempeñado como ministra de Defensa anteriormente. Nilda Garré. Esteban apunta al respecto: “La novedad introducida por la gestión Garré en Seguridad consiste en otorgarle a la Gendarmería la función de prevenir el delito. Y prevenir implica dos cosas: vigilar la pobreza y, sobre todo, controlar a los jóvenes de los barrios marginales.” Esa prevención incluye el cordón sur de la ciudad y algunas zonas del Gran Buenos Aires (villas miserias, asentamientos y barrios monoblock) como Fuerte Apache (Ciudadela), La Cava (San Isidro), José León Suárez (San Martín) o Don Orione (Almirante Brown). Lo que llamaron “Operativo Centinela”.



El uso de la Gendarmería es el reconocimiento de un problema acerca del gobierno civil y político de las policías locales. El auto-gobierno de estas fuerzas implica una concepción corporativa y negociadora con el poder político, frente al que negocian gobernabilidad. ¿Cómo es la implicación entre policía y delito? Total.

Mirado en detalle, lo que se advierte en la Gendarmería es la incorporación de un nuevo “protocolo” de intervención territorial: “A diferencia de la Policía Bonaerense que no patrulla las villas o asentamientos porque negocia no entrar –si lo hace, nunca bajan del móvil, salvo que necesiten “reventar” a alguien–, la Gendarmería ingresa discrecionalmente para correr de lugar a los pibes que estaban “haciendo esquina”. No dialoga, no le da cabida a que los jóvenes puedan “explicarse”, preguntar, objetar o discutir. Cualquier palabra, cualquier “berretín”, merece un “correctivo” que repone la relación desigual y jerárquica entre ellos. (…) Los testimonios marcan una tercera característica que advierten los agredidos: “La Gendarmería te pega en el lugar, no te lleva a ningún otro lado”. Para los jóvenes, es una ventaja porque cuando la Policía los detiene y pasea en patrullero o traslada a la comisaría, nunca se sabe qué puede pasar: “Te pueden matar a palos o te pueden meter en un calabozo con pibes que te la tienen junada, o que no conocés pero la policía les dijo que te asusten un rato”. (…) Esto explica el consenso que despierta la GNA entre las generaciones mayores de aquellas comunidades donde prima la fragmentación social, es decir el deterioro de los consensos comunitarios que pautaban la vida de los diferentes actores.”
Dirán que el kirchnerismo es un estalinismo, pero cuántos estados adentro del estado. Las políticas de la memoria conviven con la autonomía operativa –en el mejor de los casos- de las fuerzas represivas quienes también tienen su política de la memoria: no olvidar los métodos de violencia sobre los jóvenes de barrios marginales. Mejor que decir estalinismo es decir muñecas rusas para metáfora de estos tiempos.

Existe por ley el Día Contra la Violencia Institucional, lo que obliga cada 8 de mayo a realizar en todas las escuelas del país distintas actividades, como la que se cumplió en la escuela de Educación Media Carlos Geniso, del Bajo Flores. Esa jornada en el sur de la ciudad fue, institucionalmente, prácticamente la principal. Y llevó el peso de una campaña contra la violencia que incluye la circulación de un spot audiovisual en el que prestan su cara figuras como Víctor Hugo Morales, Estela de Carloto, etc. Ese mismo día las denuncias del maltrato de la Gendarmería a los pibes coparon la parada en boca de los estudiantes porque es parte de lo que habla todo el mundo cuando hay que hablar de “eso”, es decir, de la violencia institucional, o sea, la violencia estatal. La brutalidad quedó expuesta con las mismas regularidades que Esteban Rodríguez plantea en su nota citada. Cada cacheo es violento, el asedio es a las piñas. “Te ven en la esquina con amigos y te pegan”, dice uno de 15 años. Estos chicos que viven y estudian en la ciudad autónoma no le temen a la policía metropolitana, les temen a los hombres de verde que patrullan las calles de esos barrios.

Pero detengámonos… ¿qué había ahí? Una superposición de sujetos del Estado casi insoportable en su ensimismamiento, porque estaban las autoridades de la escuela y los docentes, pero además un diputado nacional y el ministro Sileoni; y más tarde se realizó un programa de la “radio pública”. Lejos de ahí, “a dos cuadras”, y mientras eso ocurría, unos gendarmes detenían a más pibes. Uno era el hermano del asesinado por la Federal Ezequiel Demonty, que estaba en zona junto a amigos y familia ya que su madre también participaba de las jornadas. Parecía una puesta en escena. El diputado y su comitiva fueron hasta el destacamento de gendarmes y se comieron incluso una verdugueada hasta que los mismos gendarmes tomaron nota de que ese joven de barbita, jean y pelo semi largo en verdad era un diputado nacional. Era Leo Grosso, del FPV. ¿Se entiende? (Las denuncias de casos se repiten. Conocí uno que en realidad es sistemático. Y se aplica sobre un grupo de adictos que paran en la calle Lacarra, a una cuadra de avenida Cruz, bajo la autopista, en Villa Soldati. Uno de ellos terminó hospitalizado por sufrir asfixia con una bolsa, el “submarino seco”. Otro, uno que corrió, fue baleado en la pierna.)
Ahora bien, esos chicos en la radio brindaban detalles de la realización de un video llamado “Otro nunca más” (y presentado como parte del programa de Educación y Memoria en la Ex Esma), y blandían una encuesta escolar con más de 300 estudiantes que reconocían haber vivido situaciones mortificantes con los gendarmes. Habían ido varias veces al museo de la Ex Esma. Habían hecho el recorrido. Y es curiosa esa articulación silenciosa entre una cosa y la otra: entre el reconocimiento de un tiempo, de una geografía, de un espacio de la memoria y su propia trama marginal, su convivencia con el abuso estatal, con la sensación de no tener garantías. ¿La Ex Esma no debiera ser una garantía, no es el mismo Estado el que recupera un predio de la Marina que el que tiene bajo su órbita a la Gendarmería? Estas exclamaciones hacen al sentido común y correcto de quienes vemos de afuera las dos cosas: no sólo el “barrio marginal” sino la circulación entre ciudadanía y Estado. A la vez, simultáneamente, una recorrida por Bajo Flores comprueba la existencia de una baja en la tasa de delitos, lo que acarrea un consenso sobre todo en la tercera edad acerca de las garantías que genera la presencia militar. Este aspecto, dicho al final, dicho brevemente, es esencial para comprender la complejidad de una política de seguridad. Los mismos estudiantes lo decían: se roba menos, es cierto, decían, la gente camina más tranquila. No se trata entonces de proponer sacar a la Gendarmería de ahí. No se trata de jugar al garantismo mirándola de afuera. ¿De qué se trata? En principio de saber que hay una generación enorme de jóvenes aún no incluidos, o en proceso, que no terminan de estabilizar una relación con el Estado, con la educación, con el orden, cuando el mismo Estado son tantas cosas a la vez, tantos rostros distintos. El Estado hace memoria, el Estado hace jornadas, el Estado me educa, el Estado me pega, el Estado me protege del Estado, el Estado me empuja a la calle, el Estado me mata. Y así sucesivamente. Y cada uno de esos eslabones, rotos, sueltos, sin conexiones entre sí, son una fragmentación de lo estatal que hace espejo en lo público y en lo privado. ¿Se puede ser como el Estado? ¿Se puede ser niño y matar? ¿Cuántas cosas se pueden ser a la vez?



 

*Periodista

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