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Hablar del otro





La Patria es el otro.  Es esta una rara conjunción de apertura universal a la diversidad y atención a las necesidades permanentes de refundación del discurso político: Siempre habrá otros, la patria no terminará de fundarse, la acción no es para la supresión del cambio sino para compartir la posibilidad de que nos reconozcamos en la novedad.







Por Oscar Steimberg*
(para La Tecl@ Eñe)

Después del acto del 25 de Mayo me encontré comparando manifestaciones; semejante acto daba –mucho- para la comparación. Pero finalmente opté por comparar frases o comentarios que en el discurso político suelen irrumpir cuando el orador o el comentarista refiere –y, en general, vuelve y vuelve a referir- a ideas generales, a peticiones de principio, de las que no pueden dejar de decirse, aunque se digan al pasar, convocando conceptos que reafirmen la condición política de la conversación.


Por supuesto, en materia de comunicación política, las propuestas y los estilos partidarios se definen tanto en las proposiciones históricas como en la elección de los espacios y momentos en que se formulan, los encuentros públicos y, menos nítidamente, con menos signos conocidos en escena, en cada acción en particular. Cuando el gran partido popular era el radicalismo, puede pensarse que se abrían múltiples secuencias de contacto a partir de cada diálogo de Yrigoyen con personas, grupos, representantes políticos y sociales, que a su vez llevarían su palabra y dirían la propia en espacios políticos y periodísticos y en el ámbito zonal, barrial. Mientras que el acto público de masas se afirma y refunda con el peronismo, con esa puesta en escena de un diálogo imaginable por cada cual, entre el que estaba en cada lugar de la plaza y el que ocupaba el balcón. No es mejor, claro, es diferente. Y no es que no haya habido actos radicales, o que los peronistas no discutieran en privado.  Se habla de escenas fundacionales y de sus modos de existir o insistir.
Y en ambos casos se parte de una historia de discursos: históricos y datables, a veces ocurridos como parte de acontecimientos remotos. Y asociados, de modos muy diversos u opuestos, con la letra impresa de cada tradición de pensamiento y acción. Algo insiste de cada toma de la palabra, en los discursos ya asentados en la memoria de la tribuna o del papel.


Pero en cada puesta en fase de los grandes temas de lo social y lo político con las derivas de un discurso en particular –por ejemplo, un monólogo mediático o una conversación no planificada con la prensa-, puede desplegarse (aquí es como si las anécdotas se pelearan por aparecer) una deriva especial, desligada de las exigencias del debate o la argumentación política en espacios institucionales. Pero que (tal vez por eso) puede ser especialmente representativa de la posición o el pensar de un sujeto político, o de las razones de su pertenencia a un sector o una corriente. Como si en esos momentos de discurso sin respuesta próxima, en esos comentarios desplegados sin demasiada atención a las expectativas o riesgos de respuesta del debate parlamentario o institucional o de la palabra de tribuna, cada uno convocara lo más general del decir y lo dicho de su vida pública (de político, de periodista…) apelando sin riesgos inmediatos a convicciones que son las que fundan su lugar de confrontación; y puede hacerlo apelando a distintas construcciones de discurso, a distintos recursos de escena… Claro, no se trata de que pueda apelar a cualquier recurso; pero los límites no están puestos en ese momento por una regulación institucional o por las reglas aceptadas de una discusión: tal vez sin conciencia propia o ajena, lo que impulsa ese borroneo de los límites es lo que dictan las ideas más propias, más constitutivas de cada uno; las menos procesables, así sea por él mismo; las que no podrían pasar por los filtros de la búsqueda razonada de un verosímil político.

Y las frases que se despegan de discursos mayores puede que digan algo nuevo (por supuesto, no necesariamente mejor) siguiendo con la elección política que las contiene. O que sigan diciendo lo que decían pero de manera menos cuidadosa, sin los controles del que quiere permanecer en una discusión.


Tengo dos ejemplos, los dos de hace un tiempo. Uno, del tiempo –¿ya casi lejano?- en que asumía el Papa Francisco; el otro, de poco después, pero sin relación con ese hecho. Los elegí porque me parecen representativos de lo que pueden llegar a mostrar, un par de frases, acerca de la elección política que las sostiene.

Se trata de un comentario del periodista Baby Etchecopar y de otro del senador Carlos Reutemann. La de Etchecopar, dicha por Radio 10, formó parte de una tirada notable sobre las carencias de los empleados públicos, especialmente cuando son profesionales. La de Reutemann fue respuesta a una entrevista con motivo del nombramiento del Papa Francisco.
Aclaro que no estoy tratando de nivelar las figuras, y que de ninguna manera diría o pensaría que pueden encontrarse en ambos similaridades en cuanto a responsabilidad política o pensamiento o preocupación social. Pero entiendo que ha ocurrido que, por fuera de los eventuales propósitos o expectativas de cada uno, compusieran en discursos de situación descripciones o retratos sociales que dan cuenta de posiciones confluyentes, diferentes pero confluyentes, en la vereda opuesta de los que definen propósitos, objetivos y concepciones del país en la actual gestión de gobierno.
Puedo decirlo de otra manera: entiendo que ha ocurrido que expusieran, en esos discursos de situación, posiciones que contribuyen por contraste a definir el sentido de lo expuesto por la Presidenta en el discurso del 25 de Mayo. Me refiero a la consigna: La Patria es el otro.  Esa rara conjunción de apertura universal a la diversidad y atención a las necesidades permanentes (¿más permanentes hoy?) de refundación del discurso político: siempre habrá otros, la patria no terminará de fundarse, la acción no es para la supresión del cambio sino para compartir la posibilidad de que nos reconozcamos en la novedad. Sé que con esto no se agota ningún sentido, pero dentro de los sentidos posibles éste me parece a la vez claro y nuevo para mí.
Y ahí viene la puesta en fase.
Cuando fue la asunción de Francisco, Reutemann se refirió a su propio paso por un colegio secundario religioso, y a la formación jesuíta que le había permitido entender o afrontar temas como el de la pobreza, el poder, la corrupción. Cosas demasiado generales, demasiado básicas… Un colegio puede dar mucho, pero si cuestiones como la de la injusticia social y la concepción y manejo del poder se aprenden y asumen en la secundaria, y además tratándose de un colegio privado elegido, puede entenderse, por los padres, el motor de la vida social queda un tanto fuera de la historia. Hay un Otro que forma, que ayuda, y que habla desde un afuera de la historia.
Lo de Etchecopar fue, decía, notable, aunque por supuesto poco soportable para mí, tal vez por mi vocación de empleado público. Habló especialmente de los médicos y los abogados: los médicos de instituciones públicas recetan automáticamente medicamentos ya tradicionalmente indicados para cada enfermedad, tratando de terminar pronto con la consulta, y los abogados que trabajan en el estado se comportan algo así como empleados administrativos y nada más. En este último caso la causa del defecto es que los abogados que no eligen el desempeño privado de la profesión son los que “no tienen cintura”.
Podría decirse: en lo general: cuando hay padres que no eligen con perfección las etapas de formación de sus hijos, o en lo particular: cuando un individuo no nace dotado como se debe, tiene posibilidades ciertas de no contar con recursos adecuados para su desarrollo y para el de los demás. Es un otro. El contexto histórico latinoamericano parece haber optado, en este tiempo, por la otra petición de principios.



*Semiólogo y escritor

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