La Tecl@ Eñe Revista Digital de Cultura y Política
Ideas,cultura y otras historias.
Publicación fundada en el 2001
Editor/Director: Conrado Yasenza
Periodismo de mierda
Reconozcamos que la bendita palabrita es muy efectiva aun en el arbitrario uso con el que la frecuentamos. Dada su probada eficacia, recurro a ella ya desde el título para decir que en esta Argentina hay un periodismo perverso, tramposo, obsceno; muy practicado por los pulpos medios de descomunicación a través de sus voces estelares.
Por Rodolfo Braceli*
(para La Tecl@ Eñe)
A la palabra “mierda”, como calificativo, la usamos mal. Porque la “mierda” en sí misma no es algo malo, es una consecuencia natural tan inevitable como imprescindible. Ella, la palabra “mierda”, no tiene la culpa que la condenemos a un uso para el que no nació.
Reconozcamos que la bendita palabrita es muy efectiva aun en el arbitrario uso con el que la frecuentamos. Dada su probada eficacia, recurro a ella ya desde el título para decir que en esta Argentina hay un periodismo perverso, tramposo, obsceno; muy practicado por los pulpos medios de descomunicación a través de sus voces estelares. Una mierda ese periodismo, muchas veces solapado detrás de la elegancia de los buenos modales y del falso ejercicio de la objetividad de “las dos campanas” (el tamaño y el orden de las campanas, recordemos, altera el producto).
En el presente texto estaré confluyendo conceptos de un par de columnas que publiqué en la contratapa de los viernes del diario Jornada de Mendoza.
“El hijo de”, una canallada
La noticia nació una entre tantas: un automovilista, Pablo Daniel García, de 28 años, atropelló y mató a Reinaldo Rodas, de 53, en el kilómetro 52 de la ruta Panamericana. Eran las 6 de la mañana, Rodas iba en bicicleta a su trabajo. García llevó el cuerpo de Rodas en su Peugeot 504, unos 18 kilómetros más, hasta el próximo peaje. Allí se detuvo; después se habría comprobado que tenía 1,45 de alcohol en la sangre.
Pero la noticia estalló y degeneró en redituable escándalo mediático, cuando se supo que el automovilista, Pablo García, era hijo del periodista Eduardo Aliverti. Es sabido: Aliverti desde hace décadas siembra un periodismo alejado de las apetencias conformistas, conservadoras y fascistas de nuestros medios pulpos; siempre estuvo comprometido con la ardua memoria alumbradora de nuestros tan violados derechos humanos. Pertinaz, incomodante, Aliverti viene bregando por la plena vigencia de la Ley de Medios hace más de tres años aprobada por el Congreso de la Nación.
Desde que se supo de quién era hijo Pablo García, la tragedia dejó de ser la noticia y pasó a serlo “el hijo de Aliverti”. La noticia mutó en tema nacional: cataratas de páginas de Clarín, espeluznante mala leche en periodistas como González Oro y Eduardo Feinmann, guardias de escrache de la editorial Perfil y de Gente en el domicilio de Aliverti, más la insidia de prolijos y bienhablados comunicadores y comunicadoras estelares. Entre la impudicia y la perversa malaleche, la noticia del accidente se degeneró al compás del artero latiguillo de “el hijo de Aliverti”.
No se pide ocultar ni soslayar, no se trata, en absoluto, de hacer favores corporativos al colega afectado, pero asoma muy evidente cómo comunicadores de trayectoria destacada, a la noticia la usaron con felonía.
En definitiva la tragedia sirvió de partenaire para intentar aniquilar la imagen del periodista Aliverti. A la información le cambiaron el eje y, de pronto, lo que quedó latiendo como centro fue la alcahuetería rencorosa. Hasta se inventó que García tenía el carnet de conductor vencido. Lo colateral fue central.
La pregunta cae por madura: si el automovilista no hubiese sido el hijo de “ese” periodista, ¿cuánto tiempo radial y televisivo, cuánto centimetraje hubiese tenido en los pulpos medios?
A todo esto: ¿cuál fue el comportamiento de Aliverti? Vale la pena atender a su primera declaración de padre y de ciudadano:
“Acá estoy, en uno de los momentos más dolorosos de mi vida (…) Pablo García es mi hijo. Sólo puedo decir que mis sentimientos y el de mi familia acompañan principalmente a los familiares de la víctima, que se está a disposición de la Justicia –ya actuante– en todo cuanto sea necesario para el esclarecimiento de esta desgracia igual de desgarradora que de irreparable y que nuestro objetivo es la estricta igualdad ante la justicia.
“Sólo quiero pedir, frente a las versiones circulantes, que todo lo relacionado con los detalles y marcha de la causa sea vehiculizado a través de los canales correspondientes, evitando especulaciones de otro tipo. Sólo eso. Es lo único que deseo y debo pedir. Gracias si puede ser así.”
En el último párrafo Aliverti implora por un periodismo responsable. Unas líneas más arriba, aun en medio de la conmoción, recuerda que “se está a disposición de la Justicia”. Insiste: “Nuestro objetivo es la estricta igualdad ante la justicia.”
Inútil pedido el de Aliverti. Varios de los estelares que se dicen custodios de la “libertad de expresión”, dominados por la avaricia celebratoria de la tragedia, educaditos pero rencorosos, transitaron la malaleche ideológica. No sólo obraron así González Oro y Feinmann, que fueron explícitos en la canallada. Pienso que lo más grave de ese uso degenerado del periodismo (que se autodenomina y elogia como “independiente”), no es la acción de algunos personajes abiertamente ponzoñosos, como el histérico histriónico Feinmann, sino el mismo mensaje por otros disfrazado de conmovida “objetividad respetuosa”. Invito a leer el tratamiento del caso en La Nación (diario en el que estos años he escrito crónicas y entrevistas). El viernes 22 de febrero publica una nota sin firma. De arranque promete que se podrían tener detalles del momento en el que Pablo García (así lo nombra) atropelló al ciclista Reinaldo Rodas. Una docena de líneas más allá dice refiriéndose a un testigo: “El hombre, cuya identidad no trascendió, es un automovilista que el domingo circulaba por la ruta Panamericana y, según fuentes judiciales, habría visto al hijo de Aliverti, detener la marcha del vehículo y levantar la víctima para ubicarla dentro del auto.”
Ese habría visto “al hijo de Aliverti”, escrito como al pasar, delata el obsceno objetivo de la nota. Complementando el texto central, a una columna, una bajada de título dice: “La esposa de Reinaldo Rodas le contestó a Eduardo Aliverti”. Aquí salta algo más: la búsqueda de la confrontación. Ya desde el título la noticia fogonea la crispación. Alienta la roña. Y esto lo ejecuta un diario que todo el tiempo alza la bandera crítica “a la crispación, al clima de confrontación que ha divido a la Argentina actual.” (Caramba, señores, que no se diga.)
Este proceder, aparte de obsceno, vomitivo, es un atentado contra la libertad de expresión, tan cacareada últimamente. ¿Por qué? Porque se la malversa. Dicho en criollo o en el precioso castellano de don Francisco de Quevedo, es un periodismo de mierda.
Una insultación antológica
Hablando del funcionamiento del periodismo de mierda recordemos casos como los de la insultación del ciudadano Miguel del Sel, a la presidenta de la Nación. El caso fue licuado por los pulpos medios de descomunicación en menos de cuarenta y ocho horas. Un poco de memoria.
Pongamos en remojo, mientras tanto, esta comparación: ¿cuánto espacio radial y televisivo, cuánto centímetraje se le dio al simple “es un pelotudo” de Federico Luppi a Ricardo Darín y cuánto a la cloacal insultación de Del Sel a la presidenta y a las mujeres en general?
Sigo y reconozco, rápido, que en alguna oportunidad me he permitido unos tragos de procacidad facilonga, he soltado carcajadas sobre todo con algunas de sus imitaciones del, por así decir, cómico. En su momento, como periodista, he considerado a Del Sel un cómico diestro y elemental, pero nunca como un humorista. La diferencia entre el chiste y el humor es la misma que hay entre el ruido y el sonido, entre la chatura y el nivel del mar. Del Sel merece consideración siempre y cuando se lo considere dentro de ese subgénero, tan redituable, que es el de las imitaciones.
Como lo conozco también debajo del escenario por haberlo entrevistado en un par de ocasiones, me animo a avanzar en mi opinión. Por lo que observé una y otra vez en ese trance, a veces revelador que anida toda entrevista de largo aliento, Del Sel me pareció pobrísimo a la hora de reflexionar sobre él y su entorno. En este terreno su compañero Dady Brieva muestra una capacidad de reflexión y de observación de esto que llamamos “la realidad” muy, pero muy superior a la de Del Sel, alguien muy limitado hasta en las posibilidades cuantitativas de su vocabulario. Del Sel, en fin, hizo gala de un cociente que no superaba lo paupérrimo. Pero esto en general lo disimula apelando a una voluntariosa picardía que pocas veces logra superar la línea de lo vulgar.
Salir del chiste, superarlo para ascender al humor exige un nivel de sensibilidad y de inteligencia que Miguel Del Sel no parece poseer. Se instaló en la eficacia de la comicidad burda y cloacal. No se puede negar: no le ha ido nada mal ni en la taquilla ni en el rating ni (madremía) en las urnas.
La joda es que, de la noche a la mañana, Del Sel fue metido en el vergonzoso trencito de la “nueva política” y, salteando todas las estaciones por muy poco hace saltar la banca: de pronto ¡casi gobernador! y de la provincia que tuvo políticos de la índole de Lisandro De la Torre.
Lo peor del caso es que el mentado Del Sel, cebado por el casi batacazo, desembocó en una insultación a la investidura presidencial y a la mujer como género. Su descomunal hazaña insultadora, carece de precedentes. Tanto o más grave que su acto es el modo en que los comunicadores estelares lo disolvieron.
Importa no pasar por alto que esta insultación, enseguida licuada y justificada y hasta veladamente elogiada, no fue nada casual. No fue un exabrupto. De Sel no sólo no se arrepintió, para expresarlo en su buen decir, se cagó de la risa.
El apogeo del insulto
No debiéramos pasar por alto que a este nuevo exponente de la autodenominada “nueva política” nunca se le escuchó, ni de su boca ni de su mímica, el menor desaire a los capos milicos de la última dictadura. Es como si no estuviera anoticiado de sus violaciones de la vida y de la muerte y de su afano de criaturas arrancadas de la placenta.
El caso es que en esta Argentina del año 2013 después de Cristo, Miguel del Sel, el cómico y el ciudadano (que son el mismo), usando sin miedo y a pleno la libertad que él y todos sí poseemos (y que no tenemos por qué agradecer a nadie), extendió su hazaña insultadora a la presidenta, una vez más, a la condición de las mujeres en general. Insulto con denigración. Para travestis y homosexuales, para famosas como la “argolluda” Florencia Peña, o para la “vieja chota, hija de puta” presidenta de la Nación.
Un poco de memoria: Del Sel no es un improvisado: su actitud denigrante hacia las mujeres tiene raigambre en su historial de declaraciones, y siempre se supera, aspira a ser de antología. Como cuando dijo que la Asignación Universal por Hijo “ha provocado que se embaracen (niñas de 12 o 13 años) quizá para tener plata a los tres meses.” (Qué atorrantas estas niñitas, ¿no? No hay caso con las mujeres, ¿no?)
A todo esto el PRO, nave insignia de la “nueva política” argentina, salió con un comunicado entre pueril y obsceno y no exento de cobardía. Lo usó al cómico Del Sel para camuflar en su oficio de cómico uno de los agravios más graves de que se tenga memoria en estas tierras, a la investidura presidencial. Abriéndole camino a este episodio, estuvo aquella tapa de la revista Noticias, con el rostro de la presidenta como en trance de goce íntimo.
Por otro lado el PRO, y la banda periodística que lo apaña y lo empuja, no se cansan de proponer diálogo amoroso y adjudicar el origen del odio a los gobernantes.
El recurso de Macri Junior (más que asesorado, dictado por Durán Barba), disolvió la tremenda insultación en una contingencia casi casual, menor, propia del cómico. Como si el cómico y el repentino político fueran dos trozos de seres humanos diferentes. No jodamos, De Sel, el cómico y el político, son uno. Por lo demás, el político Del Sel es posible porque se vale de la famita del cómico. Con esa famita tapa el agujero negro de su garrafal ignorancia, de su abundancia de carencias como ciudadano arrojado a la política, actividad que por otra parte denigra metódicamente. El insulto no es menos insulto porque lo caretee y se lo endilgue al cómico. Del Sel no sólo apeló a la confusión en su pedido de disculpas, apeló a la cobardía cuando se escondió detrás del eufemismo “no fue más que una declaración desafortunada”. Este eufemismo, como tantos eufemismos, es un modo de la impunidad.
El anémico pedido de disculpas, tan ligerito y tan vacío, sin embargo sirvió para mostrar la calaña de su “inventor”, Macri Junior, quien dijo absolviéndolo: que sólo “hizo un chiste, se equivocó y pidió disculpas”. No sólo lo absolvió, en la misma línea lo elogió: “Eso muestra que (Del Sel) es una persona de bien”.
Pero el caso es que la insultación de Miguel Del Sel ha sido como una pedrada con acompañamiento de gargajo en el pleno rostro de la democracia. La absolución de su “inventor” político, Macri Junior, extenúa los colmos.
Lo peor del caso es que esa insultación minimizada, licuada, traspapelada, por Del Sel y por su mentor, Macri, ha sucedido al amparo de los pulpos medios descomunicadores, de los escribas y conductores que se elogian a ellos mismo cuando se nombran “independientes”.
En fin, que el acto de Miguel Del Sel fue indultado y multiplicado por ese periodismo de mierda que goza de tan buena salud en su enfermedad. Periodismo que por aire, mar y tierra no para de alimentar la “sensación de fin del mundo”, de inocular histeria y paranoia en nuestra sociedad. Mal no le ha ido en esa descarada siembra, a la vista está: un gran sector de nuestra sociedad ha convertido a la paranoia en una ideología y en una religión. Dicho sea: la religión funciona como ideología.
No se puede dejar de lado que hay intelectuales, propietarios de buenos modales y de afanes reconciliatorios, que amparan la impunidad de esta desgraciada suerte de periodismo. Ahí tenemos el parloteo (oportunero en el rescate de los asuntos de nuestro tiempo), de un ejemplar realmente crispado, Marcos Aguinis. Aguinis, Grondona y diario La Nación mediantes, llegó a decir muy suelto que la crisis argentina “más grave de la historia es la que vivimos en el 2002”. Caramba, a este pavo real alzado como “pensador de nuestros tiempos” se le pasó por alto y por bajo el descenso al limbo del infierno de la dictadura de 1976 y años siguientes, cuando se desnucó la condición humana.
Trampa estilo Kovadloff
Entre los intelectuales que, con la careta de los buenos modales cívicos contribuyen a la crispación y al odio divisor de la sociedad argentina actual (crispación y odio que por otro lado ellos todo el tiempo denuncian “dolidos”), está el pulcro Santiago Kovadloff. El bueno de Santiago es alguien que se deja llamar filósofo y practica con la eficacia de pocos una trampa alevosa. Por ejemplo, para ejecutar su crítica sistemática al gobierno “hace como que” crítica la ferocidad y el odio intolerante de sectores de la oposición.
Un ejemplo: en su artículo “La intolerancia no tiene ideología” (publicado en La Nación del viernes 8 de febrero de 2013) hace como que crítica la metodología del escrache. Usa el escrache consumado sobre Axel Kicillof para afirmar, ya desde una ventana de su artículo, que “los agresores de Axel Kicillof se parecen a los peores devotos del oficialismo”. Kovadloff, con buenos modales, educadamente, atravesado de “dolor”, se lamenta por los escraches, pero enseguida da una vuelta de carnero y utiliza ese lamento para bajar línea. Dice: “El escrache es una práctica seudopolítica que la presidenta de la Nación no desconoce ni como víctima ni como promotora. Es comprensible, aunque resulta inaceptable que la bajeza de algunos traspase los límites que impone su investidura para darle a conocer su descontento.” A continuación Kovadloff compara, mide con la misma vara, el escrache padecido por Kicillof en un barco, con sus hijos niños delante, y el padecido por el doctor Nelson Castro, al que con correctas maneras se le negó la posibilidad de comer un sándwich en un café. (Doctor, se le pasó decir si de miga o de pan árabe, el sanguchito.)
Kovadloff hace “como que” se lamenta por los escraches violentísimos de la oposición. Pero en el fondo termina por justificarlos cuando argumenta que proceden así, salvajemente, cobardemente, porque están “hartos de verlo (al gobierno) jugar con la Constitución como si se tratara de un fetiche. Hartos de ver sus bolsillos esquilmados por una inflación renegada y un encierro en la irrealidad de nuestra moneda que no disimula lo espurio del interés que mueve a sus promotores. Hartos de la inseguridad, de la explotación de los que poco y nada tienen.”
El recurso de Kovadloff se agazapa debajo de su escritura pulcra, o de su decir con voz aterciopelada por la tristeza de lo que nos denuncia preclaro, para alumbrar nuestra ceguera de ciudadanos de un país en persistente decadencia. Siempre son inalterables sus buenos modales; se relame en su buena educación, en su sintaxis bien domada. La trampa de Kovadloff consiste en ese “hacer como que” crítica a todos lo escrachadores por igual. En el fondo lo que finalmente hace es valerse de una formidable excusa para apuntarle a “un gobierno que enseña a mentir y a despreciar”. Con una mesura que subterráneamente también esconde crispación, Kovadloff está significando que la culpa de estos escraches la tiene el gobierno. Con un tiro por elevación, criticando a los salvajes escrachadores de la oposición, los justifica. No dice “es inaceptable”, y punto. Dice “Es comprensible, aunque resulta inaceptable”. Poco falta para que caiga explícitamente en el “por algo será” patrio aplicado a esos “comprensibles” escraches. A sus reflexiones, siempre bieneducadas, Kovadloff las atraviesa con un cierto vientito de pensador dolorido. El doctor Nelson Castro, que también gusta jugar a “la objetividad”, en otra gran interpretación actoral suya, ciertamente conmovedora, memorable, se lo reconoció en su programa vespertino de radio Continental, cuando (respondiendo a una crítica que le hizo Ricardo Forster) dijo que Santiago Kovadloff en su voz trasuntaba “un inconmensurable dolor”. (Joder, ¡cómo les duele la patria a estos peritos en tolerancia cívica!).
Hugo Chávez y los envenenados
A la hora de hablar de “periodismo de mierda”, imposible dejar de lado la celebración de episodios como el secuestro de la Fragata Libertad en Ghana.
A esta celebración de los periodistas estelares de los pulpos medios de descomunicación se sumó la celebración cuando el norteamericano juez Thomas Griesa falló en contra del estado argentino, emplazando el pago de 1330 millones de dólares el 15 de diciembre del año 2012. La indisimulada celebración llegó a su apogeo cuando reapareció como posible el abismo del “default técnico”. En medio de esa degustación del presunto fracaso se editorializó una y otra vez invocando la ética, aconsejando “honrar la deuda” reclamada por los buitres.
Mientras el periodismo de los nativos de corbata celebraban al juez que vela por los buitres del mundo, hasta Anne Krueger (aquella mandataria del FMI que entre 2004 y 2007 tuvo tantos round con Néstor Kirchner) declaraba, en el Financial Times de Londres, que el fallo del juez Griesa significaba una bomba de tiempo para el sistema financiero mundial.
A todo esto seguía funcionando la cantinela de la falta de “libertad de expresión”. Paradoja: con qué libertad se niega la existencia de la libre expresión. A propósito: la libertad de expresión, si es un derecho, también es un deber. Si hay libertad para sembrar pus, puede y debe haberla, para el asco. El asco también puede ser una opinión.
Pero salgamos de la coyuntura. Volvamos sobre las voces doctrinales que enarbolaron ese ligero lugar común que nos dice que el gobierno argentino antes que nada y después de todo debe “honrar la deuda”. Se estaban refiriendo a la repugnante “deuda externa” reclamada por los buitres.
Sin duda que al “periodismo de mierda” le importa un pito ese país que ellos entregaron convertido en un agujero con forma de mapa, con una caudalosa cuarta clase social, la de quienes no llegan ni a pobres, la de los desdentados, la de los desgajados; país con la industria aniquilada, con las arterias ferroviarias mutiladas, con Yacimiento Petrolíferos Fiscales convertido en Yacimientos Petrolíferos Fifados; país en el que no quedaron ni los mástiles, desgracia con suerte porque ¿qué bandera hubiésemos usado?
Para los editorialistas de púlpito y de doctrina, esta pregunta: ¿Por qué carajo nunca utilizaron esa velocidad y énfasis con que reclaman para honrar la bendita “deuda externa”, para honrar “la deuda interior”?
¿La deuda interior? ¿Cuál? La de los miles de desaparecidos sin sepultura, la de cientos de secuestrados de cuajo desde la placenta.
Resulta obsceno el reclamo por honrar la “deuda externa buitre”, cuando la impunidad de la desmemoria saltea la “deuda interna” de millones de desgajados y la “deuda interior” de miles de muertos sin sepultura sumados a cientos de criaturas por décadas secuestradas de identidad.
Según el diccionario: “lame culos”
Hay que ver con qué despliegue se manifiesta el periodismo de los pulpos descomunicadores cuando, por ejemplo, se ocupa de algún secuestro de famoso o empresario. Otra vez comparemos el espacio, el tiempo y el centímetraje que se le dedica a estos episodios coyunturales y el espacio, tiempo y centimetraje que se dispone cuando aparece, Abuelas mediante, un Nieto, es decir, un secuestrado de más de tres décadas.
El modo en que se minimiza y se traspapela cada preciosa aparición de Nieto rompe los diques de la obscenidad.
Ciertamente la libertad de expresión incluye hasta la presencia de ese periodismo pornográfico. Pero ojo al piojo, sería un error garrafal (al error lo están esperando para victimizarse) incurrir en cualquier tipo de prohibición.
Este periodismo es de mierda porque en sí mismo es un periodismo buitre. Pese al vómito que reclama ahora mismo nuestro estómago escandalizado, demorémonos en la palabra “buitre”. El diccionario lo designa sustantivo masculino. Se aplica a diversas aves carroñeras falconiformes, de pico fuerte y cuello largo. El diccionario nos avisa además que el buitre negro está en trance de extinción.
No se enteró todavía el diccionario que el buitre financiero está en multiplicación y que aquí, al sur, en un país llamado Argentina, es muy celebrado.
Entre los sinónimos de “buitre” que propone el sufrido diccionario hay uno que sorprende por lo certero. Dice: “Buitre, sinónimo de lame culo”. A no indignarse, gentes educadas, esto lo dicen una punta de diccionarios: “Buitre: sinónimo de lame culo”.
Por favor, no se tome esto como insulto, como una ligera descalificación. Sólo intenta ser descripción a partir del diccionario.
El periodista carroñero no es un monstruo, es un humano. La peor especie de estos criminales no es la que podría representar tipos como el juez Griesa. La peor especie es la que encarnan nuestras señoras muy aseñoradas y señores muy almidonados, celebradores de hazañas como las de ese juez. Esa celebración los pinta, los define. Son usureros de alma. Tienen vocación de caries.
Al lector, a la lectora, le pregunto: ¿usted conoce algún usurero al que le importe el planeta y la democracia, al que le importe la memoria alumbradora, por ejemplo para recuperar los más de 400 secuestrados de identidad en la Argentina desde hace más de un cuarto de siglo?
Les importa un carajo. Eso sí, lo que les importa a estos baluartes de la ética es “honrar la deuda externa” (que ellos supieron conseguir).
No hay caso, definidos por el mismísimo diccionario son, técnicamente hablando, lame culos. Por supuesto que los culos no tienen la culpa de ser visitados por estas lenguas criminales y usureras. Usureras sin asco. Usureras de lesa humanidad.
Celebración del cáncer
Imposible dejar de lado el tratamiento de la muerte de Hugo Chávez. Desde hace una punta de meses la celebración de su cáncer se perpetró hasta sin tomarse el trabajo del disimulo. Las informaciones sobre la enfermedad del presidente venezolano revelaban, más que información, tenebrosas expresiones de deseo. Aquellos que todo el tiempo claman por salir de la confrontación, por reconciliación y respeto y amor y etcétera, aquellos que a la hora de debatir sobre la penalización del aborto argumentan que la “vida es sagrada”, apostaron a conseguir, mediante el cáncer, lo que no consiguieron en las urnas.
Es muy cierto que el país, nuestro país, está dividido. Hasta Francisco, el flamante Papa, tomó parte activa en esa nuestra división. Pese a esa posición reaccionaria, disimulada con gestos de descenso hasta los desposeídos, el cardenal Bergolio ha llegado al podio celestial aquí en la tierra. (Parece que era cierto: Dios es argentino.)
Volviendo a nuestro país dividido, por suerte que así está. Los medios descomunicadores, acostumbrados a la impunidad, no se dan por vencidos. Ellos siempre tiran la primera piedra, y las otras también. Por supuesto que, ellos, le echan la culpa de la pedrada, a la piedra.
Por estos días ellos, los que proclaman que la Vida es sagrada, para vencer a Chávez, probadamente estériles con las urnas, acudieron a la Muerte, se la desearon sin asco, con obscenidad pornográfica.
Pero como con el cáncer no alcanza, ya muerto Chávez ahora apuestan a la fragmentación de los chavistas, a la lucha por el poder de quienes lo continúan.
La careteada no tiene límites: el periodismo de mierda, presumiendo de armonizador, editorializa escandalizado por “la actual división de los argentinos”. El filósofo Kovadloff, por ejemplo, nos avisa azorado que “este gobierno no ha necesitado más que reavivar viejas hostilidades enquistadas en un cuerpo colectivo que desconoce la fecundidad de la reconciliación porque ignora el sentido superior de la política.” El filósofo Kovadloff, tan reflexivo él, se saltea un detalle garrafal: que “la fecundidad de la reconciliación” no puede semillar en donde ni por asomo hay un genuino arrepentimiento; en donde, por el contrario, se recurre a la impunidad de la desmemoria e inclusive a la apología de crímenes de lesa humanidad. En fin, que el filósofo Kovadloff, desde su usina de mesura alimenta ese eufemismo repugnante que nombra como “reconciliación” a lo que directamente es impunidad, olvido mediante.
Trabajados para la confusión, trabajados para mirar la punta del dedo y no lo que el dedo trata de señalar, hay que decirlo aun a riesgo de la reiteración: no es que el país o la América latina se hayan dividido ahora. Estábamos divididos. Y encima fragmentados. Lo diferente es que ahora se ve esa división. Resulta incómodo, pero mejor que se vea. Más saludable.
Pero lo que verdaderamente irrita, lo que enerva a los poderosos de siempre reencarnados en el neoliberalismo, es que la América latina del siglo 21 ha empezado a funcionar como un organismo. Venezuela, Ecuador, Bolivia, Uruguay, Brasil, Argentina… el mentado sueño de la “patria grande” por primera vez en nuestra historia empieza a sentirse palpable, algo más, mucho más que el ruido de las palabras.
¿Y el estado de crispación? Cómo negarla, estamos adentro y somos parte de ella. Recibimos y producimos crispación al punto que, si hay algo muy bien repartido es la crispación. Pero ¡claro que estamos crispados! Tan crispados los prolijos como los desprolijos. Tan crispados los aseados bieneducados como las hordas de maleducados que no hay caso, no pueden tomar la sopa sin hacer ruido.
Después de todo, esto no es una mala noticia. ¿Por qué? Porque durante la crispación hay menos chances de ser hipócritas. No es poco.
Lanata, iconoclasta de peluche
Siguiendo con este identikik. El periodismo de mierda está a la orden del día y de la noche. A sus protagonistas, los autodenominados independientes, jamás se les va a escapar un carajo. A lo sumo algún caramba. La gran excepción a esto son los alardes de procacidad, rara vez espontánea, que enarbola Jorge Lanata.
A propósito de Lanata: encarna una variante, la escandalosa, dentro de la militancia del periodismo de mierda: octubre de 2012, recordemos cuando en las últimas elecciones presidenciales de Venezuela se lo demoró un par de horas en el aeropuerto de Caracas. Esto le pasó luego de su manifiesta provocación. Aquí –debemos reconocerlo–, se cometió un gran pavote error. Se pisó, por así decir, el palito. Se le dejó la pelota picando para el gol. Porque, ¿qué más quería Lanata que lo detuvieran un ratito al menos? La felicidad que trasuntaba su rostro al ser “apresado por la dictadura” hasta se evidenciaba en esa espumita que le bajaba por los vértices labiales. El hombre consiguió lo que buscaba desaforadamente: al ser por un rato “víctima de otro atentado contra la libertad de expresión”, se convirtió en héroe periodístico y desde allí desencadenó, con su reconocida eficacia, el barullo mediático necesario para hablar de otra cosa, para traspapelar, para disimular el triunfal y transparente 54.45 por ciento que conseguía Hugo Chávez doblegando al rejuntado de toda la oposición.
Dentro de esa caudalosa procesión transitada por el “periodismo de mierda”, Lanata es alguien de innegables reflejos; alguien no genial pero sí ingenioso, que no persigue la verdad, persigue el escándalo que pueda producir su presunta verdad perseguida con denuedo en estos tiempos inclementes en los que, según los pulpos, se acosa la “libertad de expresión”.
En fin, que Lanata es otro que hace como que. A diferencia del aterciopelado pastor de la mesura, el filósofo Kovadloff, Lanata practica sistemáticamente la desmesura. Pero no nos dejemos engañar con su histriónico barullo ante su televisiva corte de muchachos y muchachas babeantes de admiración. Lanata es alguien que actúa de iconoclasta. Apenas es un iconoclasta de peluche.
Para un identikik
Los autodenominados independientes son buenos de toda bondad. No cuesta demasiado hacerles un identikik. Ellos son los propietarios del amor a la vida. Ellos se saben los Mandamientos de memoria. Pero ellos se olvidan del supremo mandamiento: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. En realidad, ellos, al Mandamiento supremo lo camuflaron así: “Amarás a tu prójimo, pero siempre y cuando sea como tu mismo.”
Algo más: ellos tienen la conciencia en el aparato digestivo. Se hacen gárgaras con el amor al prójimo. Y después lavativas. Ellos a la hostia la mastican con todas las muelas. Ellos, tan propietarios, se han apropiado de Dios.
En cualquier caso va siendo hora de que aprendamos algo de ellos. ¿Qué? A juntarnos. A juntarnos sin esperar a que nos coman por las patas. A juntarnos sin feriados, sin fiestas de guardar. Es lo que hacen ellos convocados por el tenaz Dios del bolsillo y por la paranoia convertida en absoluta ideología.
Un ojo abierto y el otro también
Más allá y más acá de la actuación del periodismo descomunicador, ninguneador de las buenas noticias, aterrador y sembrador de paranoia, celebrador de presuntas calamidades, deseador de la muerte; más allá y más acá de episodios de insultación como los de Miguel Del Sel, de la celebración carroñera porque el automovilista que llevó por delante a un ciclista es “hijo de”, más allá de la celebración del secuestro de la Fragata Libertad y de la desesperada celebración, cáncer mediante, de la muerte de Chávez, no debiéramos perder de vista que este tiempo nuestro tan arduo, es prodigioso: no hay vuelta que darle, estamos metidos en una pulseada crucial. No nos podemos quedar dormidos durante la pulseada. Y, llegado el caso, si aceptamos dormir, durmamos con un ojo abierto y el otro también. Para mirar hacia afuera y, sobre todo, para mirarnos y exigirnos, hacia adentro. Que buena falta nos hace.
Digámoslo después de un punto y aparte: Y, sobre todo, para mirarnos y exigirnos, hacia adentro. Que buena falta nos hace.
Conviene recordarnos que los pulpos medios de descomunicación están alertas a cualquier furcio para distraernos de lo esencial. No le dejemos la pelota picando y servida para esos juegos de distracción.
Entonces, ni una sola prohibición, ni una sola bala, ni una sola pedrada. Ellos están esperando cualquier cosa, hasta tienen la esperanza de un muerto entre los suyos. Cuidado entonces con los furcios pueriles de la violencia güevona.
Cuidarnos de ellos ¡y de nosotros!
Perdón le pido a la noble “mierda” por vincularla a este periodismo resentido y cloacal y rastrero y, desde su hipocresía, medularmente cobarde. Un periodismo que la pasa muy bien en democracia y que la pasó más que muy bien en dictadura. Un periodismo que realmente atentó contra la libertad de expresión, al compás de la dictadura del Papel Prensa, dictadura encarnada sin asco, desde 1978, por los pulpos medios de descomunicación. Un periodismo cómplice que se calló la boca, con fruición, allá en 1976 y siguientes. Un periodismo obsecuente que alentó y celebró aquella carnicería de adolescentes, aventura etílica de milicos siempre ilesos que fue la desguerra de Malvinas, aventura coronada con ese posfacio de alrededores de 400 suicidados aquí, en la paz del continente, al compás de la desinformación de medios pulpos.
Un periodismo que, hoy por hoy, mucho más que amarillo, es una mezcla de verde oliva con marrón oscuro. En fin, un periodismo que hace rato que no se conforma con ser el Cuarto Poder, quiere seguir siendo, como de hecho lo ha sido, el poder que decide y manipula al Primer Poder hasta convertirlo en algo tan eventual como un condón, a lo sumo en partenaire.
Ante ese “periodismo de mierda” que desnuca la capacidad de asombro y hedionda a la condición humana, el insomnio es un deber. Insomnio no sólo para defendernos de ellos, insomnio por empezar, para revisarnos nosotros.
* Escritor, periodista