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A todos aquellos que deseen reproducir las notas de La Tecl@ Eñe: No nos oponemos, creemos en la comunicación horizontal; sólo pedimos que citen la fuente. Gracias y saludos. 

Conrado Yasenza - Editor/Director La Tecl@ Eñe

Entre un café y un tratado sobre la imagen

Una foto que no dice más de lo que dice. A la que se le quiere hacer decir lo que por su índole no puede jamás decir. Una foto en una mesa del bar La Academia, charlando con Daniel Freidemberg; nuestras siluetas oscuras contra el fondo claro de la ventana. Alguien, ese que Barthes llama el Operator, el Fotógrafo, fijó un instante de una sucesión temporal que había empezado bastante antes de la escena del café. Era día de elecciones y ambos habíamos ido a votar, en distintos lugares, pero cercanos entre sí y al bar donde quisimos tomar el café. En primer lugar, la sorpresa; luego, vendrían otras consideraciones, pero sólo fue una mera sorpresa como cuando se espera el desenlace de un chiste y resulta que no tiene gracia.

 

Por Susana Cella*

(para La Tecl@ Eñe)

Me imagino (es todo lo que puedo hacer, puesto que no soy fotógrafo) que el gesto esencial del Operator consiste en sorprender algo o a alguien (por el pequeño agujero de la cámara) y que tal gesto es, pues, perfecto, cuando se lo efectúa sin que lo sepa el sujeto fotografiado. De este gesto derivan abiertamente todas las fotos cuyo principio (valdría la pena decir justificación) es el “choque”; puesto que el “choque”  fotográfico (muy distinto del punctum) no consiste tanto en traumatizar como en revelar lo que tan bien escondido estaba que hasta el propio actor lo ignoraba o no tenía conciencia de ello. Y por lo tanto, toda una gama de “sorpresas” (eso es lo que son para mí, Spectator, pero para el fotógrafo son “éxitos”)

Roland Barthes, La cámara lúcida

 

 

La primera noticia que tuve de esa foto me llegó por mail y con tono de chiste, ¿así que andás por los bares hablando de fútbol y de lo caro que está el tomate? decía el mensaje de un amigo. Abrí el enlace a la nota del diario Clarín y ahí vime, sentada en una mesa del bar La Academia, charlando con mi marido, nuestras siluetas oscuras contra el fondo claro de la ventana. Alguien, ese que Barthes llama el Operator, el Fotógrafo, sin que supiéramos dónde estaba ni que por allí andaba, fijó un instante de una sucesión temporal que había empezado bastante antes de la escena del café. Era día de elecciones y ambos habíamos ido a votar, en distintos lugares, pero cercanos entre sí y al bar donde quisimos tomar el café. Bien podíamos haber hecho lo mismo en casa, digo, tanto el café como la charla, que por otra parte sí prosiguió. Pero elegimos estar un rato en uno de los lugares donde muchas veces, cada quien por su lado, o juntos, de día o de noche, con amigos o no, anduvimos, pero donde nunca, a diferencia de muchos otros lugares, nos habíamos sacado o nos habían sacado una foto, hasta ese día, claro. No dejamos de mirar un poco el bar, qué de nuevo, casualmente unas cuantas fotos en las paredes, qué de igual, los billares y algo así como una atmósfera. Pero por sobre todo, no se olvide que acabábamos de votar, estábamos hablando de política, haciendo conjeturas, evaluando las campañas, refiriéndonos a los candidatos, y así siguiendo. Una conversación (no grabada, no registrada), la foto es sin sonido.

 

En la foto una escucha pensando, el otro habla, diálogo más o menos pautado. La contemplación de esa imagen, poco o nada me decía (estoy dejando aparte todo el texto, incluido el epígrafe de la foto), digo, en primer lugar me sorprendió, luego, vendrían otras consideraciones, pero sólo fue una mera sorpresa, como ante alguna tontería, como cuando se espera el desenlace de un chiste y resulta que no tiene gracia.

 

Yo Spectator, no ya de la foto de otro u otros, sino de mí, puedo hacer el studium “que no quiere decir, o por lo menos no inmediatamente, ´el estudio´,  sino la aplicación a una cosa, el gusto por alguien, una suerte de dedicación general, ciertamente afanosa, pero sin agudeza especial” percibiendo quizá sólo el choque, no eso que sale de la escena y viene a punzarme –el punctum- sino una súbita conciencia de eso escondido, el fotógrafo, de eso ignorado, de estar siendo fotografiada. Pero asimismo, una constatación de algo que en realidad ya se sabe, como dice Barthes, “puede ocurrir que yo sea mirado sin saberlo”, con el plus aquí de que esa mirada no sea sólo la que, por un lapso más o menos largo, se detiene en nosotros, sin que lo sepamos, porque también sucede en ocasiones que sabemos que somos mirados, podemos percibirlo a veces como si la vista adensara hasta hacerse cercana al tacto. Ahora, aquí, la mirada no percibida fue grabada, objetivada se diría, mediante un aparato. Y con eso, no se trata solo de ser mirado en lo que podría ser la contemplación individual o aun acotada a algunos, sino de que se registra esa mirada para a su vez darla a ver, hacerla pública, publicarla: “generalizada desrealiza completamente el mundo humano de los conflictos y los deseos con la excusa de ilustrarlos” en pura reproducción “al infinito lo que únicamente ha tenido lugar una sola vez: la Fotografía repite mecánicamente lo que nunca más podrá repetirse existencialmente”. Esa tarde de ese día, esa charla. “La Fotografía no rememora el pasado (no hay nada de proustiano en una foto). El efecto que produce en mí no es la restitución de lo abolido (por el tiempo, por la distancia), sino el testimonio de que lo que veo “ha sido.” Efectivamente esa foto sólo registra lo que fue, ahí, dos personas tomando un café y hablando, Sin punctum la fotografía es, diría Barthes, unaria. “En la gramática generativa una transformación es unaria cuando a través de ella una sola sucesión es generada por la base: así son las transformaciones pasiva, negativa, interrogativa y enfática. La fotografía es unaria cuando transforma enfáticamente la ´realidad´ sin desdoblarla, sin hacerla vacilar (el énfasis es una fuerza de cohesión), ningún dual, ningún indirecto, ninguna disturbancia. La fotografía unaria tiene todo lo que se requiere para ser trivial”. Por eso también es una fotografía cuerda, porque “su realismo no deja de ser relativo”.

 

La cuerda fotografía impresa y circulada deparó más un comentario, algunos orales y otros  consignados en las redes como el Facebook, desde las bromas hasta los que incitaban a emprender una acción legal. Un intersticio se revelaba entre esta variación: una no autorizada intervención en la intimidad de la vida cotidiana de dos personas, ningún hecho extraordinario, un episodio consuetudinario, es decir, la posibilidad de que, igual que esas figuras perseguidas por los papparazzi, cualquiera pueda ser fotografiado en algún hecho de su vida privada y expuesto. Y no me refiero claro a cámaras de seguridad ni a cámaras ocultas de esas que arman una más o menos fallida comedia de enredos basada en una complicidad entre varios en torno de un incauto, ni a fotos que testimonian un hecho (como denuncia, por ejemplo).

 

Si esa foto apenas resiste un studium, cuerda y trivial como es, ilustrativa, necesita de algo más que la pura adherencia al referente, ahí el lugar del texto en que se la ha insertado. Y el texto pretende que la foto sea una demostración de la hipótesis que despliega no sin poca agudeza. Algo que podría denominarse la decadencia de los bares porteños como lugares de discusión, y sobre todo de discusión política, a partir de lo cual se sigue, con testimonios muy ad hoc, que la gente ya no habla de política. Obviamente las prácticas sociales en un lapso de cuarenta años cambian, y no poco tiene que ver con esto justamente la política, las marcas que la historia ha dejado, la deserción de ciertos lugares cuando se convirtieron en lugares peligrosos, además de otros fenómenos menos terribles, como la existencia de otros modos de comunicación en tiempos de virtualidad creciente, donde desde luego se habla y bastante y de todas formas y por parte de todos (vía discusiones, propagandas, etc.) de política. Sin embargo, no es acá, lo que más me importa comentar, un texto lleno de lugares comunes y con un poco afortunado final en ese pobre intento de colocar “lagrima” con doble sentido. Sino a una foto que no dice más de lo que dice. A la que se le quiere hacer decir lo que por su índole no puede jamás decir.

 

 

 

Poeta y novelista. Profesora titular en la carrera de Letras de la UBA y colabora habitualmente en la sección libros de Radar, tiene a su cargo una sección de libros en la revista Caras y Caretas y dirige el Departamento de Literatura y Sociedad del Centro Cultural de la Cooperación.

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