La Tecl@ Eñe Revista Digital de Cultura y Política
Ideas,cultura y otras historias.
Publicación fundada en el 2001
Editor/Director: Conrado Yasenza
Una respuesta a Emilio de Ípola
El artículo que se publica en esta edición de La Tecl@ Eñe, es la respuesta de Horacio González a un texto escrito por Emilio de Ípola, publicado en la edición electrónica de Perfil.
( http://www.perfil.com/contenidos/2013/08/23/noticia_0062.html )
Por Horacio González*
(para La Tecl@ Eñe)
En las lejanas jornadas de la Comuna de París (1871) que con bastante puntillosidad seguía el diario La Nación de la época, un capitán del ejército regular de Francia, que había sido derrotada por Bismarck, se presenta ante los comuneros prudhonianos y jacobinos -creo que su apellido era Rouault, o algo así, quizás me confunda con el pintor- y dice ponerse a disposición de la revolución. Al parecer, exclama, “No sé cómo será el mundo nuevo por asomar, pero quiero colaborar para que la humanidad abandone esta tierra humillada que habitamos”. No se si me confunde mi falta de memoria o los deseos ocultos de poder decir yo mismo una frase así –que la retengo desde la temprana época en que la leí en el célebre libro de Lissagaray sobre los communards-, pero pongo algo de este sentimiento ingenuo en un primer umbral de sentimientos cuando me llamó Kirchner por teléfono a mi casa –no lo conocía, no me conocía- y me invitó a conversar. Como considero ser parte de tus “amigos progresistas que apoyan al gobierno”, cuestión cuya explicación nunca será fácil, puedo adelantarte algunas pequeñeces de nuestras futuras conversaciones telefónicas, que espero que no cesen ahora.
Tu historia de la comicidad en la Argentina tiene algunas fallas, aunque la comparto en lo esencial. Te olvidás de Capusotto, cuyos guiones suponen una fina observación de la lengua argentina, tal como hoy se habla, tomando desde adentro todos los estereotipos políticos de la época. Es un comediante que confluye con la crítica política más profunda. En lo demás, coincidencia total con Telecataplúm, y algunos matices con las demás menciones, que ahora no vienen al caso. Coincido también con las apreciaciones sobre los discursos presidenciales, cuya historia habría que hacer en otro lugar y con menos prejuicios. Coincido que no es necesario, ni atractivo el uso de expresiones soeces en los discursos públicos, pero basta leer los diarios, incluyendo el que recoge tu artículo, donde los horrorosos comentarios a pie de página marcan el tono general de la vida pública. Mientras escribo esto, leo que a mí me dicen “pluma barroca” como un insulto, a pocos centímetros -medidos en píxeles- del lugar donde leo en pantalla tu escrito. Espero que barroco no sea una acepción remota del término soez.
Pero aquí va el tema que me preocupa, que es menos la cuestión discursiva de la presidente –un tema, por cierto, para tratar de muchas maneras- sino a la pregunta final que proponés, luego de enumerar los casos problemáticos, Chevron, etc. “A causa de todo ello, me atrevo a preguntarles a mis amigos progresistas que apoyan a este gobierno: “… se juegan, gastan su talento, escriben, luchan y hasta se tragan sapos… ¿por esto?”. Como el comunero Rouault (¿o pintor?) te respondo: cuesta salir del mundo desgastado e ingrato en que vivimos y muchas veces intentaremos hacerlo por caminos en los que quizás se oiga el croar de algún sapo. Pero en esa complicada batracomaquia (puedo decirlo, no? Total, soy barroco) no puedo entender muy bien a nombres muy estimados de la vida intelectual argentina que aceptan sin más todas las farmacopeas de la antigua clase dominante argentina (expresión anacrónica, lo sé, es del tiempo de Telecataplúm), a la que antes abominaban y a la que hoy no se le animan a corregirle ni un pelito de todo su programa. Este programa viene de lejos, ya está dictado por las viejas voces áulicas que fabricaron muy directamente una larga tristeza argentina. En nombre de ésto hasta pueden festejar un fallo favorable a los fondos buitres. Grave tragar sapos, pero menos que tragar buitres. Muy grave tragar saliva por el pasado de nuestras propias biografías, que pasan a ser estatuas mudas de lo que fuimos.
*Director de la Biblioteca Nacional. Sociólogo y Ensayista.